viernes, 24 de junio de 2011

EL CELIBATO SACERDOTAL

El celibato sacerdotal
P. Michael F. Hull, New York

El celibato, estado elegido en el enfoque de la fe católica, es la norma que establece la Iglesia para su sacerdocio sagrado. El sacerdote, “tomado de los hombres y constituido en favor de los hombres  en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5,1), se compromete al celibato por el reino de Dios.  La opinión de la Iglesia sobre el carácter excepcional del celibato sacerdotal se fue desarrollando paulatinamente y fue madurando a partir del ejemplo del Señor, célibe, y su consejo de guardar el celibato en los Evangelios, desde la 1ª a los Corintios de San Pablo (cap. 7), y a lo largo del tiempo, a través del Papa San León I, el Papa San Greogrio I, el concilio Lateranense I y muchos otros “momentos” en la historia de la Iglesia, hasta nuestros días, bajo la dirección del Espíritu Santo. Guardado, en occidente, por todos los obispos y, con raras excepciones, por los sacerdotes, el celibato es observado por algunos sacerdotes y por todos los obispos en oriente. Recientemente, la Iglesia ha querido proclamar la importancia del celibato, a través de varios documentos como, por ejemplo, Sacra Virginitas de Pío XII, Presbyterorum Ordinis del Vaticano II,
Sacerdotalis Caelibatus de Pablo VI, la Carta a los sacerdotes para el Jueves santo de Juan Pablo II (1979) y el Directorio sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes de la Congregación del Clero.

El celibato sacerdotal es un testimonio valioso del reino de Dios: “Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios, quedara sin recibir mucho más al presente y vida eterna en el mundo venidero” (Lc 18,29-39;cf. Mc 10, 27-30). El sacerdote, imitando al Señor, promete que vivirá sólo para su apostolado sagrado, con la esperanza de ser uno de los “que siguen al Cordero a dondequiera que vaya” (Ap. 14,4). El celibato sacerdotal no sólo se vincula a la imitación del Señor, sino también al sacrificio y la santificación personal. Pío XII escribe: “Por este motivo, la Iglesia ha juzgado, con suma sabiduría, que se debe conservar el celibato de sus sacerdotes; sabe que es y será una fuete de gracias espirituales por medio de las cuales estarán cada vez más unidos a Dios” (SV nº 40).

La condición especial del sacerdote como el alter Christus entre los hombres le exige una búsqueda especial de la perfección cristiana en el mysticum corpus Christi.
Configurado íntima y extraordinariamente a Jesucristo, Sumo Sacerdote, por el orden sagrado, el sacerdote santifica (munus sanctificandi), enseña (munus docendi) y gobierna (munus regendi) en Su nombre. Así como el mundo tiene dificultado para entender que el Mesías “fue llevado como un cordero al matadero” (Is 53,7), de la misma manera tiene dificultad para entender que algunos varones “se preocupan de las cosas del Señor, de ser santos en el cuerpo y en el espíritu” (1Co 7,34). El celibato es testimonio de la vida ultraterrenal, para quienes lo viven y para los que ven que otros lo viven, “Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22,30: cf. Mc 12,25).

Por supuesto, “no todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes les ha sido concedido” por Dios (Mt 19,11. El celibato sacerdotal es un don que coincide con la vocación sacerdotal, es decir, con el llamado de Dios, la invitación a amar no sólo de manera excepcional, sino también exclusiva. En respuesta a su dedicación y amor total a Cristo y a su Iglesia, el sacerdote tiene la seguridad de recibir las gracias necesarias para su vida y acción. Desgraciadamente, en un mundo ensombrecido por el pecado original y sus consecuencias, demasiado a menudo se concibe el celibato como algo innatural cuando, en realidad, es sobrenatural. En muchas partes del mundo, un período de disminución de las vocaciones sacerdotales, que se da mientras florecen el consumismo, el materialismo y la licencia sexual, parecería indicar la inutilidad del celibato. En cambio, es verdad la oposición extrema “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Ahora, quizá más que nunca, el mundo necesita al Señor y el testimonio del celibato sacerdotal. “Quien pueda entender, que  entienda” (Mt 19,12).

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