El sacerdocio en palabras de Juan Pablo II, Pio XI y el Card. Castrillón
El sacerdocio en palabras de Juan Pablo II, Pio XI y el Card. Castrillón:
4. El sacerdote es el hombre de la Eucaristía. En el arco de casi cincuenta años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía sigue siendo para mí el momento más importante y más sagrado. Tengo plena conciencia de celebrar en el altar in persona Christi. Jamás en el curso de estos años, he dejado la celebración del santísimo sacrificio. Si esto sucedió alguna vez, fue sólo por motivos independientes de mi voluntad. La santa misa es de modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada. Ella se encuentra en el centro de la teología del sacerdocio, una teología que he aprendido no tanto de los libros de texto, cuanto de modelos vivos de santos sacerdotes. Ante todo, del santo párroco de Ars, Juan María Vianney. Todavía hoy me acuerdo de la biografía escrita por el padre Trochu, que literalmente me conmovió. Nombro al párroco de Ars, pero no es el único modelo de sacerdote que me ha impresionado. Ha habido muchos otros santos sacerdotes a los que he admirado, habiéndolos conocido tanto a través de sus hagiografías como personalmente, porque son contemporáneos. Los miraba y aprendía de ellos el significado del sacerdocio, como vocación y ministerio.
5. El sacerdote es hombre de oración. “Os alimento con lo que yo mismo vivo”, decía san Anselmo. Las verdades anunciadas deben descubrirse y hacerse propias en la intimidad de la oración y de la meditación. Nuestro ministerio de la palabra consiste en manifestar lo que primero ha sido preparado en la oración.
Sin embargo, no es ésta la única dimensión de la oración sacerdotal. Dado que el sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, muchos hombres se dirigen a él para pedirle oraciones. Por tanto, la oración, en cierto sentido, “crea” al sacerdote, especialmente como pastor. Y al mismo tiempo cada sacerdote se crea a sí mismo constantemente gracias a la oración. Pienso en la estupenda oración del breviario, Officium divinum, en el cual la Iglesia entera con los labios e sus ministros ora junto a Cristo; pienso en el gran número de peticiones y de intenciones de oración, que nos presentan constantemente numerosas personas. Yo tomo nota de las intenciones que me indican personas de todo el mundo y las conservo en mi capilla sobre el reclinatorio, para que en todo momento estén presentes en mi conciencia, incluso cuando no puedo repetirlas literalmente cada día. Permanecen allí, y se pueden decir que el Señor Jesús las conoce, porque se encuentra entre los apuntes sobre el reclinatorio y también en mi corazón.
Pbro. WRX
El sacerdocio en palabras de Juan Pablo II, Pio XI y el Card. Castrillón
Nos dice Pío XI:
Finalmente, el sacerdote, continuando también con este punto de la misión de Cristo, el cual pasaba la noche entera orando a Dios1 y siempre está vivo para interceder por nosotros2, como mediador público y oficial entre la humanidad y Dios, tiene el encargo y mandato de ofrecer a Él en nombre de la Iglesia, so sólo el sacrificio propiamente dicho, sino también el sacrificio de alabanza3 por medio de la oración pública y oficial; con los salmos, preces y cánticos, tomados en gran parte de los libros inspirados, paga él a Dios diversas veces al día este debido tributo de adoración, y cumple este tan necesario oficio de interceder por la humanidad, hoy más que nunca afligida y más que nunca necesitada de Dios. ¿Quién puede decir los castigos que la oración sacerdotal aparta de la humanidad prevaricadora y los grandes beneficios que le procura y obtiene? Si aún la oración privada tiene a su favor promesas de Dios tan magníficas y solemnes, como las que Jesucristo le tiene hechas4, ¿cuánto más poderosa será la oración hecha de oficio en nombre de la Iglesia, amada Esposa del Redentor? El cristiano, por su parte, si bien con harta frecuencia se olvida de Dios en la prosperidad, en el fondo de su alma siempre siente que la oración lo puede todo, y como por santo instinto, en cualquier accidente, en todos los peligros públicos y privados, acude con gran confianza a la oración del sacerdote. A ella piden remedio los desgraciados de toda especie; a ella se recurre para implorar el socorro divino en todas las vicisitudes de este mundanal destierro. Verdaderamente el sacerdote está interpuesto entre Dios y el humano linaje: los beneficios que de allá nos vienen, él los trae, mientras lleva nuestras oraciones allá, apaciguando al Señor irritado5.
Ser sacerdotes hoy. El tema de la identidad sacerdotal es siempre actual, porque se trata de nuestro ser nosotros mismos. Durante el Concilio Vaticano II e inmediatamente después se habló mucho de esto. Este problema tuvo origen probablemente en cierta crisis de la pastoral, frente a la laicización y el abandono de la práctica religiosa. Los sacerdotes comenzaron a plantearse la siguiente pregunta: ¿Se tiene todavía necesidad de nosotros? Y en algunos sacerdotes aparecieron los síntomas de cierta pérdida de su propia identidad.
Desde el principio el sacerdote, como escribe el autor de la carta a los Hebreos, “es elegido de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres que lo que se refiere a Dios” (Hb 5, 1). Esta es la mejor definición de la identidad del sacerdote. Cada sacerdote, según los dones que el Creador le ha otorgado, puede servir de diferentes maneras a Dios y alcanzar con su ministerio sacerdotal diversos sectores de la vida humana, acercándolos a Dios. Sin embargo él permanece, y debe permanecer un hombre elegido de entre los demás y “puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios"
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1 Cf. Luc. 6, 12.
2 Cf. Hebr. 7, 25.
3 Cf. Ps. 49, 14.
4 Cf. Mat. 7, 7-11; Marc. 11, 24; Luc. 11, 9-13
5 S. lo. Chrys. Homil. 5 in Is.
Pbro. WRX
El sacerdocio en palabras de Juan Pablo II, Pio XI y el Card. Castrillón
La identidad sacerdotal es importante para el presbítero; es importante para su testimonio delante de los hombres, que sólo buscan en él al sacerdote: un verdadero “horno Dei”, que ame a la Iglesia como a su esposa; que sea para los fieles testigo de lo absoluto de Dios y de las realidades invisibles; que sea un hombre de oración y, gracias a ésta, un verdadero maestro, un guía y un amigo. Delante de un sacerdote así, a los creyentes les resulta más fácil arrodillarse y confesar sus propios pecados; cuando participan en la santa misa, les resulta más fácil tomar conciencia de la unción del Espíritu Santo, concedida a las manos y al corazón del sacerdote radiante el sacramento del orden.
La identidad sacerdotal es una cuestión de fidelidad a Cristo y al pueblo de Dios, al que somos enviados. No es sólo algo íntimo, que se refiere a la autoconciencia sacerdotal. Es una realidad constantemente examinada y verificada por parte de los hombres, porque el sacerdote “elegido de entre los hombres está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios”.
Pero un sacerdote, ¿cómo puede realizar plenamente esta vocación? El secreto, queridos sacerdotes, lo conocéis bien: es confiar en el apoyo divino y tender constantemente a la santidad. Esta tarde quisiera desear a cada uno de vosotros “la gracia de renovar cada día el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tm. 1, 6); de sentir el consuelo de la profunda amistas que os vincula con Cristo y os une entre vosotros; de experimentar el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; de cultivar el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en vosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el (lía de Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6)” (Pastores dabovobís, 82).
Os sostenga, con su ejemplo y su intercesión, María Santísima. María Madre de los sacerdotes.
Nos dice el Card. Castrillón:
El sacerdote, no lo olvidemos, es un puro don de amor a la humanidad. No son nuestras capacidades ni nuestras fuerzas las que salvan: es el Amor misericordioso del Redentor que salva y para hacerlo, de ordinario, se quiere servir de nosotros, “siervos inútiles” que por amor somos “llamados” a entregarnos a nosotros mismos en la donación total. Somos propiedad de Dios y de los hermanos. He aquí el valor espléndido, teológica y pastoralmente tan conveniente al sacerdocio católico, del celibato y del radicalismo evangélico en su totalidad. Vosotros, con elocuente testimonio de medio siglo de fiel donación sacerdotal, predicáis a la Iglesia y al mundo que el ministerio ordenado no puede ser entendido como un servicio “ad tempus”, generando “desde abajo” o en definitiva restringido solo a algunos aspectos celebrativos, aunque sean fundamentales, mientras es urgente volver a afirmar a nosotros mismos y después a todos, la magnífica integralidad pastoral del sacerdocio ordenado.
Entre otras cosas esta integralidad constituye también una garantía de auténtica promoción de todas las otras “vocaciones”, de la laical a la consagrada, en su rica pluriformidad. Aquel que es ordenado en modo alguno disminuye el sacerdocio común, al contrario, lo sirve, para que se exprese en plenitud y madure en la caridad.
Nuestro sacerdocio es “officium laudis”, como lo califica el Santo Padre en su Carta más reciente dirigida a nosotros con ocasión dek Jueves Santo (n. 6).
Card. Dario Castrillón Hoyos.
Pbro. WRX