domingo, 21 de agosto de 2011

VIDA DE SANTOS

VIDA DE SANTOS

Teresa de Jesús (1515-1582)

Entre las diversas formas de espiritualidad femenil, la santa de Ávila tiene un relieve particular. La joven Teresa leía vidas de los santos, probablemente el “flos Sanctorum”. Seguido a la muerte de su madre (1528), Teresa se confía a la Virgen de la Caridad. En los años siguientes lee apasionadamente libros sobre romances caballerescos, alimenta amistades precoces con sus primos y se da a pasatiempos frívolos. La vanidad y la curiosidad femenil, destacadas sobretodo en este tiempo, le impedían una sana vida cristiana, con gran pena del padre que, para protegerla, la lleva al monasterio de las Agustinas de Ávila. Ahí conoce a una monja que le ayuda a descubrir en profundidad el Evangelio. Durante este tiempo siente y madura la vocación a la vida religiosa. En noviembre del 1535 escapa de casa para refugiarse en el monasterio carmelita de la Encarnación de Ávila, donde viene admitida como postulante. El 3 de noviembre del 1537 hace la profesión religiosa. En este periodo lee el “Tercer Abecedario” de Francisco de Osuna, un libro que le ayuda mucho en la meditación. En julio de este mismo año,  Teresa es conducida, gravemente enferma, a casa de su padre. Después de un colapso permanece tres días en un estado de coma, tanto que la creyeron muerta. Regresa, casi curada, a la Encarnación. No obstante de su precaria salud que duró por tres años seguidos, se confió en todo a san José, al quien le atribuye su curación. En 1543 muere su padre.

Del 1544 al 1554 Teresa sufre de una penosa crisis espiritual. Se debate entre sus amistades, las relaciones humanas y las exigencias de la vida consagrada. Durante este periodo se siente sola, dividida (entre su pecado y la fidelidad a Dios), infiel al Señor. En la cuaresma del 1544 siente una llamada especial delante de la estatua del ‘Ecce Homo’: cae de rodillas llorando y suplica al Señor que le ayude a no ofenderlo más. En seguida lee las confesiones de san Agustín que le aclaran muchas de sus preguntas. Al final de este periodo comienza a experimentar numerosas gracias místicas. Teresa está dudosa acerca del origen de estas experiencias, que culminan en la visión del Cristo resucitado y en la ‘trasverberación’. Tranquilizada por el Franciscano Pedro de Alcántara por cuanto a las visiones del infierno y envalentonada por algunas religiosas del convento de la Encarnación, decide fundar un nuevo monasterio con la consigna de la oración y del silencio; un monasterios pobre, pequeño, un  ‘rinconcito de Dios’, que llevará el nombre de “San José”. En el 1567 encuentra a Juan de la Cruz, que gana para la reforma del Carmelo, si bien él pensaba entrar en la Cartuja. En noviembre del 1568 Juan de la Cruz inaugura en Duruelo el primer convento masculino reformado. En la cuaresma del 1568 Teresa visita el monasterio de Duruelo, queda contenta por todo lo hecho por Juan de la Cruz. El 14 de mayo de 1569 la santa funda otro monasterio en Toledo.

El padre General le pide que deje la fundación y que se retire en monasterio de Toledo; esto también a causa de una acusación del Tribunal de la Inquisición. En su defensa escribe la cuarta ‘Relación’ donde se ve su fidelidad a la Iglesia. En medio de estas peripecias, encuentra personas que le confortan como J. Grazián, amigo fiel de su vida. En el 1573, por orden del P. Rizadla, inicia a escribir las ‘Fundaciones’. Además, lleva a término la segunda redacción del comentario al Cantar de los cantares. Hacia fines del 1575 por instrucción del Capítulo general carmelitano viene arrestado San Juan de la Cruz y sus nuevos compañeros; Teresa es obligada a retirarse en un monasterio de Castilla. En junio de 1576 Teresa llega a Toledo donde redacta el ‘Modo de visitar los conventos de las Carmelitas descalzas’ e inicia a redactar el ‘Castillo interior’, obra maestra de los escritos espirituales. Mientras tanto, continuaban las persecuciones contra la reforma teresiana. San Juan de la Cruz escapa de la cárcel del Toledo. En el mismo año 1578 el P. Grazián es encarcelado en el colegio de Alcalá de Henares. Gracias a la mediación del rey de España (Felipe II) se obtiene la aprobación pontificia. La tarde del 20 de septiembre, después de diversos viajes extenuantes, Teresa llega cansada a Alba de Tornes (entre Ávila y Salamanca). El 4 de octubre de 1582 murió diciendo: “En fin, Señor, muero hija de la Iglesia”.


2.2.1. El Castillo Interior[1]

·      En las primeras moradas se encuentran las personas de sinceros deseos, pero amordazadas aún por las preocupaciones del mundo, que le impiden contemplar la belleza del Rey. Tienen necesidad de soledad y abnegación, de purificarse de sus adherencias.

·      Los de la segunda morada han dejado  las inútiles preocupaciones, pero no de manera definitiva; ellas no se alejan del todo de las ocasiones de pecado. Hacen un poco de oración y reciben a la vez llamadas del Señor con medios ordinarios; pero sufren todavía el contraste y la guerra de las propias potencias interiores. Tienen necesidad de buenas compañías, de ser más decididas y constantes en la oración.

·      En la tercera morada se encuentran almas más sólidamente virtuosas. Ellas jamás cometerían deliberadamente un pecado pero, están aún bajo amenaza de cualquier extravío terrenal. Padecen aridez y pruebas interiores, aunque de vez en cuando el Señor las atrae hacia si, concediéndoles sus “gustos” interiores. El amor propio trabaja todavía en ellas, aunque disimuladamente. Deben ejercitarse sobre todo en la humildad y en la obediencia.

·      En la cuarta morada comienza el recogimiento sobrenatural. Estas personas muestran gusto por la penitencia y por hacer grandes cosas por Dios. No deben exponerse temerariamente al peligro,  pues son aun como tiernas plantas.

·      Las almas de la quinta morada están ya como muertas al mundo. El mundo causa en ellas fastidio. Han comprobado que las criaturas no pueden ofrecerlas el verdadero descanso que el alma busca. El enemigo las ataca bajo la figura de bien para desviarlas en pequeñas cosas, avivándolas y haciendo crecer en ellas el amor propio.  Deben disponerse a sufrir mucho por amor a Dios. Aquí se inicia la oración de unión.

·      El alma que habita en la sexta morada debe ser purificada más a fondo para llegar a la unión perfecta. Tienen lugar aquí los dones más sublimes y los más grandes sufrimientos: cauterio suave, heridas de amor, locuciones, éxtasis o arrobamientos, vuelos del espíritu, visiones, desposorio espiritual. Esta alma no puede hacer discursos en la oración, penetra más en la contemplación. El riesgo es enloquecer, si la búsqueda de la contemplación es morbosa, en vez de aceptarla como don de Dios. Tiene necesidad de consultar a los expertos, y mejor si estos son buenos “teólogos”.

·      Finalmente en las séptimas moradas se da el matrimonio espiritual. Dios se muestra al alma en el esplendor de la Trinidad: la comunicación se hace en el ápice del espíritu, no en el centro del alma. La quietud y la paz son estables, porque las preocupaciones, las impresiones, las imaginaciones o las potencias no la perturban más. Es un alejamiento soberano de todo, también de los regalos y gustos. La persona desea estar siempre en soledad, o ocupada en ayudar a las otra almas. No hay espacio para otros deseos. Es importante en este estado someter la propia voluntad aún en las cosas ordinarias e imitar a Jesús en el padecer llevando mejor la propia cruz. Esta es la finalidad de los dones que se reciben. Se asiste a la coexistencia pacifica de Marta y María.



2.3.         Juan de la Cruz (1542-1591)[2]

Nace en Fontiveros, vecino a Ávila. Huérfano de padre, vive en la miseria con la madre y sus tres hermanos. De joven cuida a los enfermos  trabajando en un hospital, hasta los 21 años, en Medina del Campo, donde frecuenta también el colegio de los jesuitas. Entra después al noviciado carmelita de esta ciudad. Después de la profesión de los votos (1564), se dirige a la universidad de Salamanca, donde estudia filosofía y teología. El deseo de perfección evangélica lo impulsa a entrar en la Cartuja. Un encuentro casual con Teresa (1567), que en ese momento buscaba la reforma del Carmelo, le hace descubrir la dirección definitiva de su vida, empeñándose en la reforma de los carmelitas; esto lo llevará a no pocas tensiones y conflictos. La actividad externa de Juan en la reforma del Carmelo no fue en primer plano, pero en la interna fue de primerísimo orden.

Él fue el que plasmó y moderó el espíritu del Carmelo reformado, sobretodo a través de la dirección espiritual, que desarrolló principalmente entre los religiosos y las religiosas carmelitas, pero también se extendió a los sacerdotes y a los laicos.  La mejor parte de su obra está escrita en poesía, obra maestra de la literatura lírica en español. Solo después de muchas insistencias decide explicar algunos versos. La exposición de su experiencia y su doctrina se advierte de manera más clara en la “Subida al monte Carmelo” que con la “Noche oscura”, obras articuladas entre sí. Muchos hechos, dice Juan en el prólogo de la Subida, suceden en el ascender a aquellos que la recorren: gozo, penas, deseos, dolores, que pueden proceder del espíritu perfecto o de aquel imperfecto. Juan intenta ayudar al religioso a fin que “pueda conocer bastante el camino que sigue y que le conviene escoger, si intenta llegar a la cima de este monte[3].

2.3.1. Subida al Monte Carmelo  y Noche Oscura

Para comprender mejor estás obras es necesario tener presente el esquema que, según el santo, sigue la vida teologal: amor inicial – renuncia –encuentro. Y de otra parte, sabemos que los comentarios a las poesías han sido escritos con una cierta resistencia interna porque no son aptos para mostrar todo lo que la poesía sugiere al espíritu, porque “los dichos del amor van dejados a su largueza, y así cada uno puede aprovecharse según el modo propio y la riqueza de su espíritu” (Cántico, prologo nº 2).

·         Ambas obras se refieren a la poesía “Noche oscura”. La Subida interpreta sólo los primeros diez versos (2 estrofas) de la poesía, y la Noche vuelve a otro nivel sobre las mismas estrofas, añadiendo la referencia a la tercera en el capítulo 25 del libro II.

·         Subida y Noche presentan una cierta continuidad y alguna discontinuidad. Muestran cómo se debe disponer el alma para llegar a la unión con Dios; cómo obtener progresivamente la “suma desnudez y libertad” ante cada obstáculo que pueda interponerse. En la Subida (tres libros) san Juan trata de la purificación activa y en la Noche (dos libros) de la pasiva.

·         El símbolo de la “noche”, genial en sus connotaciones de oscuridad purificante y de iluminación progresiva, invade todo el itinerario de las dos obras. Por “noche” entiende “la privación del gusto en el apetito de las cosas” (Cf. I S. 3, 1-3).

·         En la Subida: los sentidos son purificados por la mortificación del apetito sensible en cada cosa (libro I); el intelecto es purificado por la fe (libro II), que oscurece con su luz cualquier otro conocimiento diverso de la fe, así mismo que por las comunicaciones extraordinarias; y en el libro III, expone como la esperanza purifica la memoria de cada propiedad y atadura desordenada, dejando solo a Dios como único Bien mismo y deseado; y la caridad purifica la voluntad de cada inclinación y gusto que no sea la gloria de Dios.

·         En la Noche, la purificación viene considerada en cuanta causada por la contemplación en aquellos que inician este estadio (o fase) pasivo, y afecta los vicios capitales también en sus aspectos espirituales (libro I) y las potencias del alma de los proficientes en el mismo estadio pasivo (libro II).

·         Cronológicamente la purificación activa y la pasiva pueden a veces coincidir. Mejor  debería decirse que la noche activa del espíritu coincide al menos con el inicio del estadio pasivo de la contemplación.

·         El conjunto de esta doctrina está dirigida a los miembros del Carmelo descalzo. El principio que está en la base es el de la incompatibilidad de los contrarios: santidad y pecado, luz y tinieblas, trascendencia de Dios y limitación de la comprensión humana.


2.3.2. Cántico espiritual

Comenta la poesía “Diálogo entre el alma y Cristo el Esposo”. En la Subida-Noche el comentario de la poesía apenas se ve entre la predominancia del desarrollo doctrinal querido por el santo. Aquí, por el contrario, cada estrofa tiene su correspondiente comentario general y exposición de sus versos.  En el Cántico se propone tratar los efectos de la oración en aquellos que ya no son principiantes. Sobre el estadio purgativo había ya tratado suficientemente en la Subida.

En el Cántico el Esposo ha tomado la iniciativa: purifica el alma, la ilumina, la atrae y la embellece, para llevarla a la unión divina. El alma lo busca y lo desea porque primero el Esposo la buscó y la colmó de sus bienes. El comentario traza el desarrollo del amor divino en el alma, que crece a medida que disminuye cada afecto contrario o diverso. De un deseo ardiente del Esposo, a través de las purificaciones de las distancias, pasa a un aumento de estos deseos de purificación para un mayor conocimiento y amor del Esposo, hasta que descubre por todas partes las huella del Amado y llegará al esponsalicio y al pregusto de la unión divina, a la unión sustancial y a la de las potencias, siempre en clave trinitaria y cristocéntrica. Cristo es el centro de atención desde el inicio y al que confluye todo el movimiento. En el comentario de las últimas estrofas se abre a las visiones de gloria pregustada por el hombre ya en el estado de perfección. Pero la unión de las potencias con Dios en esta vida no es continua.


2.3.3. Llama de amor viva

La “llama” es el símbolo central y casi único para tratar en este comentario del amor “más cualificado y perfeccionado en el mismo estado de transformación” (Prólogo nº 3) del alma en Dios. El comentario está casi siempre unido al verso correspondiente de la estrofa comentada. Rara vez se extiende en la digresión toda doctrinal. Las criaturas vienen recobradas en su dependencia de Dios creador, vistas desde el punto de vista de Dios, amadas en Él, como efectos que proceden de Él, no como escala para subir a Él.

En cada una de las cuatro estrofas está desarrollada una estrofa: llama viva (1ª), cauterio suave (2ª), lámpara de fuego (3ª), aspirar sabroso (4ª), para declarar cuatro situaciones diversas del alma en su vida de unión con la Trinidad.


¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno, cuán delicadamente me enamoras!



[1]   Esta es la obra cúlmen de su vida mística. En esta obra Teresa tiene una visión del hombre, toda la persona, como un castillo, en el cual se encuentran varias mansiones o moradas. Teresa parte del hecho que Dios está presente en nosotros porque el hombre es imagen y semejanza de Dios. Por tanto, para Teresa, Dios habita en nosotros, y por ese motivo, el hombre debe hacer una experiencia de Dios.  La relación personal con Dios, para Teresa, es la oración. La amistad humana es la base para descubrir la amistad divina. Dicha relación de amor con Dios debe madurar, debe crecer con el tiempo.  Esta obra mística es un reflejo de la propia vida de santa Teresa.  Para ella, el hombre se encuentra fuera de sí mismo, es decir, fuera del castillo. A través de la oración es la manera para ir entrando en las distintas moradas, hasta llegar a la séptima morada, la más interior. Pero para lograr este objetivo, Teresa señala que se deben superar muchos obstáculos, como cuando se desea entrar a un castillo, se debe pasar primero por el foso que lo rodea, con los peligros que conlleva.  El pecado será aquello que nos aleja de Dios, de nosotros mismos, de nuestro interior (nuestra morada más intima). Por tanto, el pecado es morir espiritualmente, es ser esclavo de sí mismo. La oración es el modo de superar el pecado; esto nos lleva a la liberación.  Dice Teresa que hay personas que se dan cuenta de su esclavitud y comienzan a orar; de esta forma, ingresan a la primera morada. Son almas sordo mudas, porque no profundizan en este camino. (Mt 19, 21. Estado de perfección). El cristiano debe prender con decisión el camino. Se necesita hacer una elección efectiva y afectiva.  Ser verdaderamente espiritual para Teresa es ser esclavo de Dios, es decir, esclavo en hacer la voluntad del Padre. Por ello, la humildad es la base del Castillo.  La unión mística lleva a la acción. Es decir, la contemplación y la acción no se contraponen.  La oración y el silencio, serán parte de la forma de vivir de los conventos reformados por Teresa.  El esquema que se presenta es del P. Manuel Ruíz Jurado, s.j.
[2]   San Juan busca estar unido a Dios renunciando a todo aquello que lo impide. Esta unidad con Dios implica la total mortificación del gusto sensible y el espiritual. Para ello propone un deseo profundo deseo de imitar a Jesús, para así purificar las pasiones. Los sentidos, una vez purificados (noche de los sentidos), miran a la parte más central del hombre: la voluntad, la memoria y el intelecto. (Esto sería propiamente la noche del espíritu).  Intelecto. Liberarlo del racionalismo para que la fe se vea purificada.  Memoria. Posibilidad de retener aquello que es fundamental para la identidad personal. Deseo de esperanza, liberación de imágenes, de las falsas motivaciones.  Voluntad. El dinamismo del deseo de la persona es el amor de Dios.  Purificación pasiva de los sentidos y del espíritu. Se manifiesta a través de la oración.  La aridez espiritual. No hay que caer en el autoengaño.  La purificación pasiva la hace Dios, no el hombre. De aquí la necesidad del discernimiento. Esta purificación pasiva del espíritu es ya contemplación. La contemplación en el espíritu lleva a conocer mejor la perfección de Dios. Le lleva a conocer la propia imperfección .
[3] El Monte es presentado como lugar de encuentro con Dios. El monte es el lugar de manifestación de Dios (teofanía), un lugar entre el cielo y la tierra. San Juan, continua una gran tradición de presentar el camino espiritual como una subida al monte.  Para subir al Monte señala tres caminos posibles: el de la izquierda, llamado camino del espíritu imperfecto; el de la derecha, llamado camino del espíritu equivocado y; el del centro, llamado el camino correcto. En el primero de ellos (izquierda) se buscan los bienes espirituales (gloria, seguridad, consolación…), en el segundo, se buscan los bienes materiales (gusto, libertad, reposo…), pero en ninguno de los dos se busca a Dios en sí mismo.  El camino adecuado, por tanto es el central, y en el se busca nada, nada, nada…en relación a bienes espirituales y materiales. Nada es todo aquello que me impide llegar a la cima (Dios).  En esta nada, la persona se encuentra a sí misma, es el camino de la cruz, un camino de purificación de sí mismo. Al final del camino de la cruz, viene la fe, la esperanza y la caridad. En este nivel, el sentir desaparece y permanece sólo el amor a Dios.  Este proceso de la cruz (del nada) pretende el radicalismo evangélico del amor a Dios sobre todas las cosas. Los tres votos pretenden precisamente esto: amar a Dios sobre todo..

FORMACIÓN ESPIRITUAL DESDE UNA PERSPECTIVA INTEGRADORA


“Para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdotal y su ejercer el sacerdocio.” PDV 45

FORMACION ESPIRITUAL DESDE UNA PERSPECTIVA INTEGRADORA

PDV 57
La finalidad pastoral asegura a la formación humana, espiritual e intelectual algunos contenidos y características concretas, a la vez que unifica y determina toda la formación de los futuros sacerdotes.

PDV 45
Pero señala de igual manera que sin la formación espiritual, la formación pastoral estaría privada de fundamento.

Nos encontramos ante el desafío de formar en los seminaristas una personalidad unificada e integrada en medio de una cultura que desfavorece. Se trata de que no convivan en el formando varias “personalidades”: una en la parroquia, otra con sus amigos, otra cuando reza, otra cuando va de vacaciones. O que se den desequilibrios en las cuatro dimensiones, formar grandes intelectuales pero pocos humanos, o que sean muy humanos pero poco espirituales, o muy espirituales y que al final sea una fuga y no se viva la dimensión pastoral como se espera de un sacerdote diocesano.
Buscamos pues, formar para una vida unificada, integrada.
            El objetivo es que en el Seminario el formando pueda ir desarrollando en su propia vida como una síntesis entre lo que sabe teológicamente, lo que vive espiritualmente, y lo que hace pastoralmente. Cuidar que no se den reduccionismos, se trata de que una dimensión enriquezca a las otras, y aquí está también la búsqueda de la madurez integral de la persona. “…pues será tarea de cada uno realizar en sí mismo esta síntesis, de modo que lo que uno sabe le allane el acceso a la experiencia de Dios, y ofrezca a la praxis pastoral orientación y raíces, liberando respectivamente estos dos últimos campos del subjetivismo y de la arbitrariedad o el capricho, en los que suelen quedar atrapados cuando se los sustrae de sus bases teológicas. De igual modo, la experiencia que hagamos des Dios vivo ha de permitirnos saborear el conocimiento teológico de sus misterios, como así también abordar el quehacer pastoral y el trato con los demás desde una manera de mirar, de sentir y de hacer que no son sólo nuestros.”[1]

FORMACION ESPIRITUAL Y CRECIMIENTO HUMANO, INTELECTUAL Y PASTORAL

PDV 45
La vida espiritual debe influir fuerte y profundamente en todos los ámbitos de la formación sacerdotal, ofreciendo desde el ámbito de la caridad pastoral, el estilo propio para abordar la maduración humana, la preparación intelectual y la práctica pastoral. “…, para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio.”




FORMACION ESPIRITUAL Y MADUREZ  HUMANA

En última instancia el fundamento de la madurez humana es cristológico. San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo, a tener la misma altura de Cristo (Cfr. Ef 4, 13).
No favorece nada disociar la formación humana de la espiritual, teniendo muy claro que el proceso de formación es cristiano vocacional. En el formando no existen estas dimensiones paralelamente, y no se puede explicar la una por la otra, cada una tiene sus leyes de crecimiento y discernimiento, pero sin confundirlas, van profundamente relacionadas.
            El Magisterio habla que el fundamento esencial para la formación sacerdotal es la dimensión humana, sabiendo que la gracia no excluye ni prescinde de la naturaleza, como ésta no puede elevarse a la vida sobrenatural sin la gracia. “De aquí que el itinerario de maduración humana que recorre el seminarista a lo largo de su tiempo de formación no sea sólo de orden psicológico y no pueda ser separado de su crecimiento espiritual, lo que constituye ese camino en un verdadero proceso de gracia que atraviesa toda su persona”.[2]

FORMACION EN LA VIDA AFECTIVA

No alcanza el hombre plena madurez si no ha conocido el amor que Dios le tiene y no ha creído en él (cf. 1 Jn 4, 16). No acabamos de sentirnos seguros sino bajo la mirada amorosa de Dios. La naturaleza del corazón humano se comprende mejor desde la antropología cristiana: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.[3]
           
PDV 44
“La madurez afectiva supone ser conscientes del puesto central del amor en la existencia humana…, el hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente.”

PDV 44
“Al educar para la madurez afectiva, es de máxima importancia el amor a Jesucristo, que se prolonga en una entrega universal. Así el candidato llamado al celibato, encontrará en la madurez afectiva una base firme para vivir la castidad con fidelidad y alegría.”

PDV 50
“La formación espiritual de quien es llamado a vivir el celibato debe dedicar una atención particular a preparar al futuro sacerdote para conocer, estimar, amar y vivir el celibato en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y, por tanto, en sus motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales. Presupuesto y contenido de esta preparación es la virtud de la castidad, que determina todas las relaciones humanas y lleva a experimentar y manifestar... un amor sincero, humano, fraterno, personal y capaz de sacrificios, siguiendo el ejemplo de Cristo, con todos y con cada uno".


[1] RECONDO VITORIA, José María,  Formación Espiritual para el Presbítero del Tercer Milenio, Colección Documentos CELAM No. 145, 2ª., 2000, pp. 64-65.
[2] RECONDO VITORIA, José María,  Formación Espiritual para el Presbítero del Tercer Milenio, Colección Documentos CELAM No. 145, 2ª., 2000, p. 66.
[3] Cf. SAN AGUSTÍN, Confesiones, I, 1.

ITINERARIO SACERDOTAL 4

ITINERARIO SACERDOTAL 4



PROCESO PARA LA ELABORACIÓN DE UN PROYECTO DIOCESANO DE FORMACIÓN PERMANENTE



PARA EL CRECIMIENTO INTEGRAL DEL SACERDOCIO DIOCESANO




En colaboración:

Cecilio Félez Marco
Esteban Rosado López

(Misioneros del Espíritu Santo)


Nihil Obstat

Juan Molina Ancona, M.Sp.S.
Vicario de la Provincia de México
12 de octubre de 2004

Imprimatur
Vicente Monroy Campero, M.Sp.S.
Superior de la Provincia de México
1 de noviembre de 2004





DERECHOS RESERVADOS ã

2004 Misioneros del Espíritu Santo
y Fraternidad de Cristo Sacerdote
Av. Universidad 1702
04010 México, D.F.

Pedidos: (55) 56-58-74-33
Misioneros del Espíritu Santo
Hecho en México








PRESENTACIÓN



Introducción general.

...Es deseo de los Padres sinodales que se desarrolle
 una acción pastoral a favor del clero diocesano
 que haga más sólida su espiritualidad, su misión
 y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno
Sacerdote, buscó siempre cumplir la
voluntad del Padre (EA 39)

Son muchas las urgencias ante las cuales el corazón humano no puede permanecer insensible y menos cuando se dice seguidor de Cristo.

La Formación Permanente del sacerdote quiere ser una nueva manera de responder al don de Dios que hemos recibido y al pueblo sacerdotal que se nos ha encomendado. Por eso, la formación permanente quiere ser expresión de un esfuerzo por mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, profundizando los diversos aspectos de la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.

La Formación Permanente pretende lograr que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más. De tal modo que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. Atender esta verdad con amor agradecido y gozoso en nosotros y en nuestros hermanos sacerdotes es el reto que deseamos enfrentar.

La Palabra de Dios nos dice: “Reaviva el don que recibiste por la imposición de las manos” (2Tim 1,6) y “No descuides el carisma que se te ha entregado” (1Tim 4,14).

En un mundo como el nuestro, que nos ofrece tantas direcciones, tantas propuestas diversas y atractivas, el sacerdote más que nunca necesita no dispersar su atención y su vida. Por ello, es preciso tener los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, vigilar, para no caer y llegar a perder de vista el proyecto de vida al que está llamado y del que necesita hacerse responsable constantemente para poder dar fruto.

Somos portadores no sólo de un ministerio, sino del amor mismo de Cristo Sacerdote. Es este amor en el que queremos vivir renovados y actualizados para responder al mundo de hoy con nuevas expresiones, con nuevo ardor, con nuevos métodos, conscientes de que es la hora de la nueva ‘imaginación de la caridad’.

El Papa nos ha invitado a rechazar una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación… (cf NMI 52) la historia ciertamente es relativa, pero ello no nos exime de ningún modo de construirla.

No se trata de repetir lo que hemos recibido, sino de desarrollarlo con contenidos y a través de nuevos métodos, conscientes de que se requieren adaptaciones, actualizaciones y modificaciones, sin generar rupturas, sino buscando llevar a plenitud lo que Dios mismo ha comenzado un día en nuestro corazón.

Alguien ha dicho que la formación permanente es la mejor inversión. Formarse es transformarse. Hoy más que nunca ha ido creciendo la conciencia de una formación sólida en la vida del sacerdote, y esa misma conciencia se hace extensiva a la formación permanente como un instrumento indispensable para estar al día y caminar al ritmo de la Iglesia y del mundo de hoy.

Con este ánimo presentamos esta propuesta para elaborar un Proyecto de formación permanente, partiendo de los mismos recursos que genera el Espíritu dentro de la propia diócesis y del presbiterio que la configura. Ya que, si bien los dones son distintos, el Espíritu es el mismo y sopla donde quiere, en cada corazón, en cada presbiterio y en cada diócesis.

Proponemos un “Proyecto de Formación Permanente” que tenga en cuenta el elemento de integralidad de vida y misión del sacerdote. Para lo cual es necesario que comprenda los siguientes aspectos:

  • Un objetivo claro de lo que se quiere lograr.
  • Un marco doctrinal como referencia obligada.
  • Un análisis de la realidad que nos sitúe en un contexto determinado.
  • Unas políticas y estrategias concretas que nos permitan alcanzar el objetivo.
  • Una programación realista a corto, mediano y largo plazo.
  • Una metodología de participación desde la propia experiencia de vida.
  • Y una evaluación que permita recoger lo vivido y proyectar hacia el futuro.

Cada uno de estos momentos aparece en esta propuesta como pasos a dar por el presbiterio en su conjunto, con el Obispo-Pastor a la cabeza, a fin de lograr, mediante un trabajo comunitario, la articulación de los diferentes elementos que integran la vida y misión del sacerdote y del presbiterio como cuerpo diocesano.

Proponemos llevarlo a cabo desde una metodología dinámica y participativa, a través  de un discernimiento serio sobre la realidad, que lleve a una implicación personal y corporativa.


1.- MARCO DOCTRINAL.


1.1.- ¿Qué entendemos?

El marco doctrinal es el encuadre en el que debemos situar un proyecto de formación permanente que nos remite a la Palabra de Dios como el criterio orientador que dinamiza la vida y el trabajo del sacerdote. Palabra de Dios que se enmarca desde la promesa, realizada en la persona de Jesús y retomada por los Apóstoles para la Iglesia primitiva.

Es la Iglesia que soñamos ser. Es la explicación de aquello a lo que nos comprometimos y queremos renovarnos en el compromiso. Es la explicación de lo que se quiere alcanzar partiendo de lo que se es.

La dispersión es una nota característica del mundo de hoy. Hay propuestas diversas. Por eso queremos tener un marco doctrinal.

No se trata de vivir de novedades pero sí, abiertos al espíritu que sopla donde quiere.
Tener marco, no contraría la acción del Espíritu, más bien nos ubica en su espacio de acción: “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Si queremos tener un encuadre firme y sólido necesitamos la Palabra de Dios.

Dicho encuadre ha sido explicitado a lo largo de la historia por el Magisterio, refiriéndolo a los tiempos y lugares. Últimamente y de manera especial encontramos: Pastores Gregis, Pastores dabo vobis; Vita Consecrata; Christifideles laici; y Ecclesia in Anerica, todas del Papa Juan Pablo II.

Es la explicitación de la historia referida a tiempos y lugares.

El Marco Doctrinal es camino para permanecer fieles a la Gracia recibida.

"Fidelidad: es el ánimo o disposición permanente por la que estamos decidi­dos a cumplir con las obligaciones o exigencias que pesan sobre nosotros".

            Ser fieles es llevar a la práctica esa decisión.

            Ser fieles a la palabra es guardar la promesa que se hace.

            Ser fieles a la ley es observar lo que prescribe.

            Ser fieles al amigo es cumplir con todo lo que la amistad supone.

Ser fiel a Dios, es fundamentalmente reconocer esta exigencia de amar­lo y aceptarlo a el y su palabra, y actuar de acuerdo con esta aceptación. Hemos aceptado a Cristo, hemos contraído  un compromiso.

Unidad: Buscar la unidad en la diversidad. La unidad es el valor supremo. No confundirla con uniformidad. El mismo que es autor de la unidad, lo es de la diversidad… por eso el que atenta contra la unidad atenta contra el Espíritu y quien atenta contra la diversidad, atenta también contra el Espíritu.


1.2.- Elaboración y reflexión sobre el marco doctrinal.


1.2.1.- Palabra de Dios.

Ø  “Os daré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y prudencia”(Jer 3,15).

Ø  “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 10,11)

Ø  “Jesús al ver que le seguían les dice: ¿Qué queréis?. Ellos le respondieron: Maestro ¿Dónde vives?. Les respondió: Venid y lo veréis”. (Jn. 1, 38-39)

Ø  “Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él...” Mc. 3, 13-14)

Ø  “Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que estos?. Le dice él: Sí, Señor, tu sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas”. (Jn. 21, 15 y ss.)

Ø  “Id pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19)

Ø  “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (1Tim. 4,14)

Ø  “Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones... (1Tim. 4,15)

Ø  “Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos” (2Tim 1,6)

Ø  “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu  en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús” (Hch. 1,14)

Ø  “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)



1.2.2.- Magisterio de la Iglesia:


a) Pastores dabo vobis: Permanecer fieles a la gracia recibida

La formación de los futuros sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, y la atención asidua, llevada a cabo durante toda la vida, con miras a su santificación personal en el ministerio y mediante la actualización constante de su dedicación pastoral lo considera la Iglesia como una de las tareas de máxima importancia para el futuro de la evangelización de la humanidad. (2)

La Formación Permanente encuentra su fundamento y su razón de ser en el dinamismo del sacramento del Orden. (70)

La necesidad de “mantener el paso” con la marcha de la historia justifica la Formación Permanente. (70)

Mantener vivo un proceso integral de continua maduración: aspectos humano, espiritual, intelectual y pastoral. (71)

-  Dimensión humana: que le permite comprender las necesidades y acoger los ruegos, compartir las esperanzas, las alegrías y los trabajos de la vida ordinaria. (72)

- Dimensión espiritual: la vida de oración debe ser “renovada” constantemente...; en la oración no se vive de rentas.(72)

-  Dimensión intelectual: mediante el estudio y la actualización seria y comprometida. (72)

-   Dimensión pastoral: don, deber, gracia y responsabilidad, a la que es preciso ser fieles, es decir, hay que asumirla y vivir su dinamismo hasta las exigencias más radicales. (72)

ê La Formación Permanente, precisamente porque es “permanente”, debe acompañar a los sacerdotes siempre, esto es, en cualquier período y situación de su vida, así como en los diversos cargos de responsabilidad eclesial. (76)


b) Ecclesia in America. No. 39. El Presbítero, signo de unidad

Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio.

Ejerce su ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor.

Su vocación exige que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en política partidista que dividiría a la comunidad. Es deseo de los Padres sinodales que se  desarrolle una acción pastoral a favor del clero diocesano que haga más sólida su espiritualidad, su misión y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno Sacerdote, buscó siempre cumplir la voluntad del Padre. Él es el ejemplo de la entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte.

El sacerdote sea consciente de que, por la recepción del sacramento del Orden, es portador de gracia que distribuye a sus hermanos en los sacramentos. Él mismo se santifica en el ejercicio del ministerio.

El campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo. Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el espíritu del Evangelio.

Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres.

Procurarán discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su participación y corresponsabilidad. Ello favorecerá una mejor distribución de las tareas que les permita consagrarse a lo que está más estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo.

A todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.







1.3.- Dinámica de trabajo.


Para la reflexión en grupos:

Resaltar los aspectos más significativos de los textos:


Palabra de Dios:












Pastores dabo vobis:












Ecclesia in America:
















2.- ANÁLISIS DE LA REALIDAD DEL PRESBITERIO.

2.1.- Nuestro pasado: historia de formación permanente en la diócesis.

Se trata de recuperar el caminar para mantenerse al día en la vivencia del ministerio sacerdotal.

Es importante hacer historia:

Tomar conciencia de que no partimos de cero.
Vincularnos con los que nos han precedido en el ministerio.
Aprender de su experiencia, valorando su sabiduría y testimonio de vida.

Recuperar el camino recorrido:

Repasar los espacios de formación permanente que se han tenido.
Recoger los momentos más significativos en los últimos diez años.
Retomar las luces que aportan los contenidos reflexionados.
Tomar conciencia de los elementos que no han favorecido nuestra renovación.



2.2.- Dinámica de trabajo.

Reunión por grupos:

Repasar los espacios de formación permanente.

Recoger los momentos más significativos en los últimos diez años.










Retomar las luces que aportan los contenidos reflexionados.

Tomar conciencia de los elementos que no han favorecido nuestra renovación.













2.3.- Nuestro presente: análisis de la realidad actual.

Nos ayuda a tener una visión objetiva, analítica y pastoral de la comunidad eclesial y de nosotros mismos en nuestras fuerzas y fragilidades, detectando las necesidades más sentidas, los problemas centrales y los principales aciertos, así como las causas y tendencias hacia el futuro sintetizado todo ello en los hechos más significativos.

2.3.1.- Dimensión Humana

Salud

Cuidado o descuido del cuerpo, ejercicio físico, descanso adecuado y chequeo conveniente.

Afectivo Emocional

Se dice, que vivimos gracias a los muertos que llevamos dentro. Dentro de nuestra persona y de nuestra historia otros han tenido que morir para que nosotros tuviéramos vida y muchas veces lo olvidamos. La muerte es necesariamente parte de la vida, como admirablemente la vida es parte de la muerte.

            En el territorio de la muerte todo es muerte, incluso aquello que llamamos vida; y en el territorio de la vida todo es vida, incluso aquello que llamamos muerte.

            Así como podemos afirmar que, la muerte sin resurrección es un fracaso, así afirmamos también que la resurrección sin cruz y sin muerte no pasa de ser más que una ilusión o una fantasía.

            Félix de Jesús Rougier, con su manera de asumir la muerte, nos enseña a enfrentar la vida. A nosotros nos corresponde anunciar al Dios de la vida en situaciones de muerte. En donde quiera que esté presente la muerte, estamos llamados a anunciar, aún más, a testificar la Vida. Conscientes de que esto sólo es posible por la fuerza del Espíritu Santo.

Tenemos por lo tanto que revisar el tipo de relaciones que vivimos:
Familia.
Sacerdotes del presbiterio
Relación con la mujer.
Relación con nosotros mismos (Stress, cansancio, soledad, no valoración, el cambio de etapas en la vida, sexualidad, etc).
Crecimiento y pérdidas en las relaciones afectivas.

2.3.2.- Intelectual

Abordado desde la clave bíblica de Sabiduría.
Es decir, lo que Dios ha sembrado en nosotros.
Nuestro trabajo nos facilita, nos exige el estudio o nos lo estorba.
¿Diferenciamos entre leer y estudiar?

2.3.3.- Dimensión Espiritual

Retomar nuestra relación con Dios, desde nuestra configuración con Cristo sacerdote y pastor.

Recuperar la bondad y necesidad de la Dirección Espiritual como herramienta para la maduración personal.

2.3.4.- Dimensión Pastoral

La caridad pastoral, no sólo es Don para nosotros, sino es Don para el Pueblo de Dios. Ellos tienen derecho a nuestra caridad pastoral y nosotros tenemos obligación de compartir el Don que hemos recibido para su servicio.

Por lo tanto, tendremos que revisar las relaciones hacia la diócesis, entre nosotros mismos y con las personas que se nos han confiado.


2.3.5.- Dinámica de trabajo.

DIMENSIÓN HUMANA:

Salud: Cuidado o descuido de tu salud.


¿Cómo cuidas tu cuerpo?




¿Ejercicio físico?




¿Descanso adecuado?




¿Cada cuánto te haces un chequeo?




En momentos difíciles: (stres, desilusión, soledad, etc)
¿Has sentido apoyo?







¿Has buscado ayuda?




Afectivo – Emocional: Yo soy mi persona y mi persona soy yo.


¿Con cuantos amigos cuentas en la Diócesis?





¿Hay verdadera amistad?




¿Tus amistades están dentro o fuera del Presbiterio?





¿Cuáles son las principales adicciones que padeces?

¿Cómo integras a la mujer en tu vida?






¿Cuál es la situación más sentida en la vivencia de tu afectividad?




Familiar:


¿Cómo es mi relación con la propia familia?












Economía: La economía, regalo de Dios, para mí y para compartir.


¿Con qué criterios administro mi dinero?











DIMENSIÓN INTELECTUAL:

Sabiduría: lo que Dios ha ido sembrando en ti.


¿Cuánto tiempo dedicas a la lectura y al estudio en la semana?









¿Cómo pones tus capacidades al servicio de los demás?




DIMENSIÓN ESPIRITUAL:

Relación con Dios: Configurados con Cristo Sacerdote y Pastor.


¿Conozco y cultivo la Espiritualidad Sacerdotal?






¿Qué equilibrio existe entre Oración y Trabajo Pastoral?
¿Cómo es tu vivencia de la Eucaristía?
¿Con qué Espiritualidad vibras y te identificas?






¿Qué lugar ocupa en tu vida la Liturgia de las Horas?
¿Qué tanto frecuentas el sacramento de la Reconciliación?




Dirección Espiritual: Ser acompañado para acompañar.


¿Tengo director espiritual?






¿Siento necesidad de dirección espiritual?




DIMENSIÓN PASTORAL:

La Caridad pastoral es un don y un deber.


¿Me identifico y hago mío el Plan Pastoral Diocesano?







¿El Plan de Pastoral Diocesano es referencia para mi ministerio pastoral?







¿Qué tipo de relaciones se están dando entre nosotros?:

Obispo-Presbítero
           

Presbítero – Decanato


Párroco – Vicario


Presbítero – Religiosos


Presbítero – Laicos







3.- OBJETIVO DE LA FORMACIÓN PERMANENTE.

3.1.- Objetivo general.

El siguiente trabajo consistente en elaborar el objetivo general de la formación permanente para el presbiterio de la diócesis. Es importante tener en cuenta lo trabajado en estos días pasados y ver qué nos dice:

Ø  El marco doctrinal como referencia primera.

Ø  La historia de formación permanente vivida en la Diócesis.

Ø  El análisis de la realidad en que vivimos.

De toda esta reflexión personal y diocesana han surgido “conclusiones” que no podemos dejar a un lado; sino tener muy en cuenta a la hora de dar el siguiente paso.

Conclusiones en forma de:

Ø  logros en los que se puede avanzar;

Ø  carencias o lagunas que habrá que rellenar y

Ø  necesidades sentidas que tendremos que satisfacer.

Todo esto no es un simple ejercicio intelectual; ahí aparecen, como fruto del Espíritu, las invitaciones que Dios me está haciendo, como sacerdote, para responder con mayor fidelidad y coherencia a lo que Él quiere y espera de mi.

Es así como se constituye en la referencia obligada y será el faro que orientará nuestro proyecto diocesano de formación permanente y sus  acciones.

Es necesario ver nuestro objetivo como la expresión de la Voluntad de Dios para nosotros y por lo mismo como materia de un permanente discernimiento. Necesitamos pues elaborar, conocer, comprender y asumir afectiva y efectivamente nuestro Objetivo.

Es la respuesta a las preguntas: Qué queremos lograr, cómo lo queremos lograr y para qué lo queremos lograr.

Debe tocar nuestra inteligencia: ser luz.
Debe tocar nuestro corazón: ser calor.
Debe tocar nuestra voluntad: producir movimiento, empujar.
Debe ser un punto que siempre atrae, siempre mueve.

Es nuestro ideal de sacerdote, de Iglesia y de sociedad que queremos conseguir con nuestra opción de vida en permanente formación.

Ha nacido de la confrontación entre el marco de realidad y el marco doctrinal.
Es una utopía creadora, un ideal a largo plazo, por el que se lucha para llegar a ser los servidores del Pueblo sacerdotal que queremos ser.
En la diócesis quiere expresar nuestro ideal de Iglesia y de sacerdocio al  servicio del Pueblo sacerdotal, de la sociedad y del hombre, que queremos dirija toda nuestra vida.

Toca nuestra inteligencia: Nos da nuevas luces y nos abre nuevos horizontes.
Toca nuestro corazón: Hace nacer en nosotros entusiasmo, afecto, gozo.
Toca nuestra voluntad: Nos da energía y nos pone en movimiento.

Se trata, por lo tanto, de:

Recuperar todo, para retomar lo más importante y proyectar hacia delante lo que ha ido surgiendo como invitación dominante por parte de Dios para mi vida  y para el caminar diocesano.

“No extingan la Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno” I Tes 5, 19-21.

Vivimos en un mundo en el que todo se programa a corto, a medio y a largo plazo.
Un mundo que se plantea objetivos, estrategias, medios, acciones...
Esto en el mundo familiar, laboral, político, deportivo, etc...

Hablamos mucho de trabajar con proyecto (parroquia, diócesis, catequesis) y a nivel personal ¿QUÉ?

Un hombre sin proyecto es una persona a la deriva, un hombre sin saber qué hacer con su vida, un hombre sujeto a todo tipo de improvisaciones.

Por eso estamos trabajando en la elaboración de un Proyecto de Formación Permanente.  Partimos de la base de que Dios tiene un proyecto para mí como sacerdote.

Dos preguntas claves:

Ø  ¿Qué quiere Dios de mí?

Ø  ¿Cómo vivir mi vocación sacerdotal?

Esto a nivel personal ya sería un logro; pero en nuestro caso, además, formamos parte de un cuerpo diocesano. Nuestra pertenencia a la diócesis no está sólo en función de lo organizativo y la eficacia pastoral. Es un elemento esencial en cuanto a vinculación con el Obispo y con los demás sacerdotes con los que estoy llamado a vivir una Fraternidad Sacerdotal.


3.2.- Propuesta de trabajo:


  1. Una primera parte en torno al “presbiterio” que queremos ser en la diócesis:
¿Qué aspectos, rasgos, características pienso que debería tener?

Ø  Ceñirse a lo más significativo y relevante. Y con visión amplia de futuro.


  1. En una segunda parte, plasmar esto en un objetivo general desglosado para la formación permanente de la diócesis, que nos permita con el tiempo, a través de un proceso, llegar a ser lo que deseamos ser.

Ø  Es cuestión de definir el QUÉ; el CÓMO; y el PARA QUÉ.


  1. Y en un tercer momento, poder llegar a plasmar esto en la redacción de un objetivo general:

Ø  Que sea claro, conciso, realizable y evaluable. No podemos meter todo, sino lo más importante.

Ø  Tiene que reflejar aquello a lo que queremos tender.

Ø  Tendrá que estar orientando permanentemente nuestra vida y el caminar del presbiterio diocesano.
3.3.- Dinámica de trabajo.

Elaboración del Objetivo;


Presbiterio que deseamos ser:






Objetivo General de la Formación Permanente:

Qué:





Cómo:





Para qué:




Redacción del Objetivo:









4.- POLÍTICAS Y ESTRATEGIAS.


4.1.- ¿Qué entendemos?

Ya hemos dejado claro hacia donde queremos caminar. Ahora queremos establecer las políticas y estrategias que sirven para guiar nuestra acción hacia el Objetivo.

Suponemos un proceso de conversión interior, dejando a un lado nuestros gustos personales, vicios o costumbres arraigadas que impiden una verdadera renovación pastoral, es decir:

Ø  el estilo de vida que vaya marcando nuestro modo de ser sacerdotes.

Ø  el perfil que vaya dándole identidad a nuestro presbiterio.

Por Política.

Entendemos las granes líneas orientadoras que nos permiten lograr el objetivo. Su origen es el marco doctrinal y por lo tanto, tendrán que surgir de los elementos contemplados y resaltados en dicho marco doctrinal y de las conclusiones a las que hemos llegado en el análisis de la realidad.

Pueden ser de orden teológico, pastoral o social. Responden al “qué hacer” y se expresan con un verbo en infinitivo y con un lenguaje común que pueda aplicarse fácilmente a situaciones específicas.

Una línea de acción, un principio orientador, una actitud básica que el grupo asume para desarrollar su plan.

Ejemplo:        Dimensión Humana: “Cuidar la propia salud”.

Dimensión Intelectual: "Favorecer el estudio y la reflexión”.

Dimensión Espiritual: “Buscar la relación con Dios”.

Dimensión Pastoral: “Vitalizar la caridad pastoral".

Son las incidencias en las que queremos insistir. Buscando responder con alguna o algunas líneas de trabajo para cada una de las cuatro áreas de formación; de tal manera que busquemos un equilibrio de integralidad en nuestra vida sacerdotal.

No hay que confundir con el objetivo, ya que las políticas no responden al “para qué” como es propio de parte del objetivo.


Por Estrategia.

Entendemos un modo de acción que se asume para apoyar o concretar una determinada política. Tiene su origen en el marco de realidad. Dice el “cómo hacer” y se expresa con un verbo en gerundio. Son maneras de actuar que asumimos y promovemos para apoyar los medios y recursos que tenemos a nuestro alcance o que habrá que favorecer para que las políticas se puedan llevar a cabo y así logremos la consecución del objetivo. Es la forma concreta para llevar a cabo una política establecida.

Es necesario revisarlas y adecuarlas, según varíen las circuns­tancias de lugar, tiempo o cultura, de modo que una misma política no tenga siempre la misma estrategia.

A cada política deberá corresponder 1 ó 2 estrategias, concretas y realizables.

Ejemplo:         Política: "Cuidar la propia salud”.

                      Estrategia: “Practicando algún deporte o ejercicio físico”.

                   “Haciendo el cheque médico”.

No se trata de aportar contenidos o temas para la formación permanente; eso vendrá después por parte del equipo que dé seguimiento al proyecto, y en conformidad con las necesidades sentidas.

Aquí se trata dejar claros los grandes “ejes” en torno a los cuales creemos que tiene que girar cada una de las áreas de la formación permanente: Humana, Espiritual, Intelectual y Pastoral.

Habrá que tener en cuenta que están condicionadas por la situación concreta del lugar donde se trabaja. Pueden ser válidas en un presbiterio, pero en otro no. De modo que, para una política, no habrá que utilizar necesariamente la misma estrategia.




4.2.- Dinámica de trabajo.

Elaboración de políticas y estrategias.

Dimensión Humana:

Políticas:
Estrategias:

















Dimensión Intelectual:

Políticas:
Estrategias:


















Dimensión Espiritual:

Políticas:















Estrategias:



Dimensión Pastoral:

Políticas:















Estrategias:





5.- ORGANIZACIÓN DEL PLAN DE FORMACIÓN PERMANENTE.

Estamos entendiendo por plan de formación permanente un proyecto a largo plazo (de 3 a 5 años) y no sólo la calendarización puntual de actividades de tipo intelectual, espiritual o pastoral, aunque éstas vayan encaminadas a la promoción de la persona del sacerdote en su contexto diocesano.

Dicho proyecto procurará favorecer la maduración integral de la persona en las diferentes áreas humana, intelectual, espiritual y pastoral. Tendrá que contemplar a la persona en cualquiera de las etapas de su vida como sacerdote. Y  deberá desarrollarse de manera procesual en el tiempo.

Para ello, debemos establecer los espacios necesarios para recorrer este camino, así como calendarizar las diferentes actividades, al mismo tiempo que precisar los responsables de las mismas, de tal manera que evitemos todo tipo de improvisación que nos conduciría a la dispersión y falta de integralidad.

5.1.- Espacios de formación permanente.

Se trata de optimizar los encuentros que ya se dan en la diócesis e implementar otros nuevos que puedan ayudar a conseguir el objetivo que nos hemos propuesto como presbiterio diocesano en el ámbito de la formaciónpermanente.

Es conveniente enmarcarlos dentro de un año natural y poder ir evaluando cada actividad, de manera que sea la misma experiencia la que nos marque el camino futuro.

Para ello tener en cuenta:

Ø  Reuniones de decanato.
Ø  Reuniones de zona pastoral.
Ø  Ejercicios Espirituales.
Ø  Semanas de formación permanente.
Ø  Jornadas sacerdotales.
Ø  Cursos varios.

5.2.- Calendarización de la formación permanente.

Es recomendable establecer fechas fijas para las diferentes actividades de formación permanente, de tal manera que todos podamos priorizar dichas fechas como compromisos diocesanos que primen sobre cualquier otro compromiso personal.

También es conveniente dejar claro para cada actividad los responsables de prepararla, organizarla y llevarla a cabo en su desarrollo.

Se pueden contemplar actividades con carácter mensual, trimestral o anual.




5.3.- Dinámica de trabajo.

Año:               Días:          Actividad:                                                         Responsables:    

Enero




Febrero




Marzo




Abril




Mayo




Junio




Julio




Agosto




Septiembre




Octubre




Noviembre




Diciembre









6.- EQUIPO DIOCESANO DE FORMACIÓN PERMANENTE.


6.1.- Responsabilidad del la formación permanente.

Es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio en el desarrollo de la formación permanente en la diócesis. La del Obispo se basa en el hecho de que los presbíteros reciben su sacerdocio a través de él y comparten con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios. El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el «derecho» de tenerlos.

Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial (PDV 79)

El Obispo asesorado por el presbiterio, constituirá un equipo encargado de coordinar las actividades de formación permanente  en la diócesis, que puede estar conectado con la comisión del clero, si ya existe.

Dicho equipo tendrá como funciones a su cargo:

Ø  Dar seguimiento al proyecto global de formación permanente.

Ø  Preparar los diferentes encuentros programados.

Ø  Elaborar los materiales de reflexión necesarios.

Ø  Organizar los Ejercicios Espirituales del presbiterio.

Ø  Revisar los diferentes encuentros llevados a cabo.

Ø  Evaluar el proyecto global en su conjunto y dale continuidad.









6.1.- Dinámica de trabajo.


Constitución del equipo diocesano de formación permanente:


Nombre:                                    Teléfono, E-mail:                      Responsabilidad: 



Obispo de la Diócesis



Coordinador del equipo



Área Humana



Área Intelectual



Área Espiritual



Área Pastoral