domingo, 21 de agosto de 2011

LA ESENCIA Y LA MISIÓN DEL SACERDOCIO

La esencia y la misión del sacerdocio en Pastores Dabo Vobis
Prof. Julian Porteous, Sydney
El Sínodo de los Obispos de 1990 había dedicado sus discusiones a la cuestión de la vocación al sacerdocio "en las actuales circunstancias", y había considerado que el problema de la naturaleza del sacerdocio debía ser digno de reflexión más profunda, a pesar de que sólo hubieran transcurrido 25 años desde el Concilio. Según el papa, en este lapso, habían ocurrido cambios importantes y era necesario volver a examinar las exigencias de una formación adecuada para el sacerdocio. Así lo expresaba en el n° 3, "En años recientes se ha solicitado un regreso sobre el tema del sacerdocio, para que sea tratado desde un punto de vista relativamente nuevo, más adecuado al contexto cultural y eclesial actual (...) La nueva generación de los que han sido llamados al sacerdocio ministerial tiene rasgos característicos distintos de los de sus antecesores inmediatos. Además, viven en un mundo que, en muchos aspectos es nuevo y está sujeto a una evolución rápida y continua".
El Concilio Vaticano II examinó detalladamente el ministerio y la formación sacerdotales en el Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, dedicando además a la naturaleza del ministerio sacerdotal el párrafo 28 de la Constitución dogmática sobre la Iglesia.
En los años siguientes, la Iglesia volvió varias veces sobre el tema de la vida, el ministerio y la formación de los sacerdotes. Por ejemplo, en 1970, la Congregación de la Educación Católica publicó una Ratio Fundamentalis que resumía las normas básicas exigidas para la formación sacerdotal.
Al enfrentar el tema en el Sínodo de 1990, los obispos habían tomado conciencia sobre todo de que "las circunstancias actuales" requerían especial atención. Mientras el segundo milenio se acababa, la conciencia de un nuevo milenio suscitaba el deseo de volver a examinar la naturaleza del sacerdocio en el contexto específico de "la sociedad y la Iglesia de hoy" (PDV n° 5).
Por supuesto, el sacerdocio no cambia: se trata siempre del único sacerdocio de Jesucristo. Cambian las circunstancias en las que tiene que expresarse. Desearía tomar en consideración algunas cuestiones específicas que caracterizan el contexto cultural y eclesial de nuestros días. Mientras la Iglesia entra en el tercer milenio, es justo preguntarse: ¿qué clase de sacerdote se necesita hoy?
La cultura actual
Examinemos algunos de los rasgos característicos del panorama cultural, atendiendo en especial a la evolución del primer mundo. La influencia extraordinaria del proceso de secularización que obra en los países del primer mundo y atraviesa todas las culturas es un factor importante. Dicha secularización ha hecho que amplios sectores de la sociedad vivan como si lo trascendente no existiera. En tal contexto, el pensamiento moral pierde su punto de referencia. En una sociedad secular, el sacerdote se enfrenta, por un lado, con la apatía y, por otro, con la oposición, si se declara en contra del status quo. Para algunos, el sacerdote no tiene relevancia; otros lo ven como una amenaza para sus convicciones inveteradas.
Pastores Dabo Vobis menciona el racionalismo que, según dice, "está aún muy difundido y, en nombre de un concepto reductivo de "ciencia", vuelve la razón humana insensible a un encuentro con la revelación y la transcendencia divina" (PDV n° 7). A este racionalismo se une el individualismo, que el documento describe como motor de "una defensa desesperada de la subjetividad personal" (ibid.), lo cual, a su vez, daña gravemente la capacidad de relaciones humanas sanas.
En el párrafo 7, el documento dice: "Por ese motivo, muchos, en especial niños y jóvenes, intentan compensar esa soledad con distintas clases de sustitutos, con formas más o menos extremas de hedonismo o de fuga de las responsabilidades. Prisioneros del momento que pasa, se dedican a "consumir" las experiencias individuales más fuertes y gratificantes en el nivel de las emociones y sensaciones inmediatas, e, inevitablemente, se vuelven, de alguna manera, indiferentes y quedan "paralizados" cuando deben enfrentar la exigencia de abrazar un proyecto de vida que incluya una dimensión espiritual y religiosa y un compromiso solidario".
Otras consideraciones culturales se refieren a la importancia que se otorga a los valores de la democracia liberal. Este hecho suscita problemas sobre el papel del sacerdote en la comunidad parroquial cuando, por ejemplo, algunos piden y esperan un estilo de dirección más congregacional. Por cierto, la autoridad y conducción del sacerdote pueden ser rechazadas enérgicamente por miembros educados y cultos de las comunidades parroquiales en nombre de un ministerio "colaborativo".
También la promoción actual de la "corrección política" puede plantear problemas sobre el papel del sacerdote varón. Algunos jóvenes que podrían pensar en el sacerdocio, o aun seminaristas, pueden llegar a pensar que representan un sistema patriarcal hoy anticuado. En algunas ocasiones llegan a experimentar una verdadera oposición por parte de sus contemporáneos. Son éstas algunas de las cuestiones culturales y eclesiales que, en su "evolución", afectan la comprensión de la identidad sacerdotal y cuestionan el papel y la misión del sacerdote en la sociedad y la Iglesia.
Ahora hemos de examinar la cuestión de la identidad del sacerdote así como la plantea Pastores Dabo Vobis.
La identidad del sacerdote
¿Cómo podemos definir la naturaleza del sacerdocio en la Iglesia católica? Toda consideración sobre la naturaleza del sacerdocio empieza por Cristo, el Sacerdote. "El sacerdote encuentra la plena verdad de su identidad en hecho de ser derivación, participación específica y continuación de Cristo mismo, el único sumo sacerdote de la nueva y eterna alianza" (PDV n° 12). El sacerdocio pertenece a Cristo y, en la Iglesia, el sacerdote obra en el nombre de Cristo ("in persona Christi capitis"). El papa Juan Pablo II reconoce, como ha dicho durante el Sínodo, que la identidad sacerdotal es un problerma crucial:
"Esta crisis surgió en los primeros años después del Concilio. Nacía de un concepto equivocado de la doctrina del magisterio conciliar (y, a veces, de un prejuicio consciente contra él). Indudablemente, es ésta una de las razones del gran número de abandonos que la Iglesia vivió entonces, pérdidas que dañaron seriamente el ministerio y las vocaciones, en especial las vocaciones misioneras. Es como si el Sínodo de 1990, al volver a descubrir, a través de las numerosas declaraciones que se han oído en el aula, la plena profundidad de la identidad sacerdotal, se hubiera esforzado por infundir esperanza tras aquellas tristes pérdidas. Esas declaraciones han mostrado una conciencia del vínculo ontológico específico que une el sacerdocio a Cristo sumo sacerdote y buen pastor. Dicha identidad se construye sobre la formación que debe recibir el sacerdote y que debe perdurar luego a lo largo de la vida sacerdotal. Ha sido ésta precisamente la finalidad del sínodo" (citado en PDV n° 11).
El ministerio del sacerdote está ordenado esencialmente a lo sagrado. La proclamación de la Palabra de Dios y el ministerio de los sacramentos para la gente ordena su vida alrededor de la acción salvífica de Dios en Cristo. Como afirma el documento: "La relación del sacerdote con Jesucristo, y en él con su Iglesia, se encuentra en la naturaleza misma del sacerdote gracias a su unción sacramental y a través de su actividad, es decir, en su misión o ministerio. En particular, "el sacerdote ministro es el siervo de Cristo presente en la Iglesia como misterio, comunión y misión. Gracias a su participación en la ‘unción’ y la ‘misión’ de Cristo, el sacerdote puede continuar la oración, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo en la Iglesia"" (PDV n° 15).
Todo lo cual exhorta al sacerdote a que sea un hombre de oración, un hombre consagrado a Dios por medio de su ordenación y dedicado, en primer lugar y ante todo, a las "cosas de Dios". El hecho de que abrace el carisma del celibato confirma más aún que "vive para el Señor" (cfr. 1Co 7,32).
El título del documento está tomado de Jeremías 3,15: "Os pondré pastores según mi corazón". La imagen del pastor es significativa para describir la naturaleza del sacerdocio propuesto al mundo moderno. El sacerdote es un pastor a imagen de Cristo, el Buen pastor (Jn 10); se esfuerza por profundizar las virtudes específicas de su ministerio pastoral, como los pastores, según el corazón de Dios (cfr. Jr 3,15). La compasión, la humildad, la disponibilidad, la obediencia y el servicio son algunas de las virtudes que le corresponden al sacerdote encargado del ministerio pastoral. Este tema ha sido desarrollado mucho más por la Congregación del Clero en la Instrucción "El sacerdote, pastor y jefe de la comunidad parroquial" (4 de agosto de 2002).
La formación sacerdotal
En Pastores Dabo Vobis, el Santo Padre ha subrayado que, aunque las circunstancias concretas de las vocaciones y la formación sacerdotal hayan cambiado en el mundo contemporáneo, la misión de la Iglesia sigue siendo la misma y "el espíritu que debe inspirarla y sostenerla sigue siendo el mismo: el de conducir al sacerdocio sólo a quienes han sido llamados y formarlos adecuadamente" (PDV n° 42). El Santo Padre, reconociendo los rasgos de "la sociedad y la Iglesia actuales" (PDV n° 5), desarrolla cuatro aspectos importantes para la formación sacerdotal.
La formación humana es un elemento clave en el desarrollo de un pastor maduro y competente cuya vida transcurra "en la viña" del pueblo. Es el fundamento de la formación espiritual, pastoral e intelectual, porque el sacerdote es ante todo un ser humano y sigue siendo un ser humano, aunque transformado por la gracia del Señor. Como Pablo decía de sí mismo: "Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20). El Santo Padre expone dos motivos para insistir en la formación humana (PDV n° 43). El sacerdote es una "imagen viva" de Jesús y, por ello, "la perfección humana que resplandece en el Hijo de Dios encarnado" debe ser evidente también en el sacerdote. En segundo lugar, el ministerio sacerdotal se dirige a seres humanos como él y será eficaz sólo en la medida en que su misma humanidad sea un puente entre Dios y los seres humanos. El sacerdote deber ser "hasta donde pueda creíble y aceptable en lo humano". El Santo Padre observa que "todo el trabajo para la formación sacerdotal prescindiría de su fundamento indispensable si faltara una formación humana adecuada" (PDV n° 43) en la madurez personal del candidato y, entre otros aspectos, su compromiso con el carisma del celibato.
La formación espiritual es esencial, como observa el Santo Padre, para que el futuro sacerdote sea un sacerdote y no obre meramente como un sacerdote. La alimentación de la vida espiritual es prioritaria en la globalidad del proceso formativo del seminarista. Su finalidad es el crecimiento continuo del seminarista en su relación espiritual con Cristo y en su compromiso con la Iglesia y su misma vocación. La formación espiritual es el cimiento de las actitudes, las costumbres y las prácticas de la vida espiritual para toda la vida del ministerio sacerdotal. Sin una vida espiritual sólida, fundada en la tradición perenne de la Iglesia, "la formación pastoral carecería de cimientos" (PDV n° 45).
La formación intelectual se funda, según el Santo Padre, en la filosofía. La filosofía coloca los cimientos de la formación intelectual del futuro sacerdote al inculcarle una "veneración afectuosa a la verdad" (cfr. Ps 26,7; 41,2). Sobre este fundamento, "complejo y exigente" (PDV n° 54), la educación tendría que conducir al candidato al sacerdocio a "una visión completa y unificada de las verdades que Dios ha revelado en Jesucristo" y confiado a la Iglesia.
La formación pastoral pone a prueba, de manera concreta, el compromiso del seminarista. Gracias a la instrucción en el campo y la experiencia, el seminarista comprende mejor el apostolado y se prepara a un compromiso más maduro y concreto para con el sacerdocio de Cristo. Este aspecto de la formación desarrolla la sensibilidad para comprender las necesidades y las aspiraciones de la gente y pone al seminarista en contacto con distintas maneras de vida, sus circunstancias y problemas peculiares. Además, experimenta así el trabajo en la estructura de la Iglesia, en la que existe una jerarquía de misión y autoridad.
Pastores según el corazón de Dios
El Santo Padre ha observado que "Dios ha prometido a la Iglesia no toda suerte de pastores, sino "pastores según su corazón". Y el "corazón" de Dios nos ha sido revelado plenamente en el corazón de Cristo el buen pastor" (PDV n° 82). Ésta es nuestra misión en el nuevo milenio. El seminario existe para formar hombres que sean sacerdotes. En el contexto actual, la cuestión de la identidad sacerdotal es una cuestión de suma importancia. Los sacerdotes que tengan una identidad clara y fuerte, especialmente si son capaces de vincular su ministerio con Cristo en la comunión con la Iglesia, podrán ser pastores "según mi corazón" (Jr 3,15).


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