domingo, 21 de agosto de 2011

VIDA DE SANTOS

VIDA DE SANTOS

Teresa de Jesús (1515-1582)

Entre las diversas formas de espiritualidad femenil, la santa de Ávila tiene un relieve particular. La joven Teresa leía vidas de los santos, probablemente el “flos Sanctorum”. Seguido a la muerte de su madre (1528), Teresa se confía a la Virgen de la Caridad. En los años siguientes lee apasionadamente libros sobre romances caballerescos, alimenta amistades precoces con sus primos y se da a pasatiempos frívolos. La vanidad y la curiosidad femenil, destacadas sobretodo en este tiempo, le impedían una sana vida cristiana, con gran pena del padre que, para protegerla, la lleva al monasterio de las Agustinas de Ávila. Ahí conoce a una monja que le ayuda a descubrir en profundidad el Evangelio. Durante este tiempo siente y madura la vocación a la vida religiosa. En noviembre del 1535 escapa de casa para refugiarse en el monasterio carmelita de la Encarnación de Ávila, donde viene admitida como postulante. El 3 de noviembre del 1537 hace la profesión religiosa. En este periodo lee el “Tercer Abecedario” de Francisco de Osuna, un libro que le ayuda mucho en la meditación. En julio de este mismo año,  Teresa es conducida, gravemente enferma, a casa de su padre. Después de un colapso permanece tres días en un estado de coma, tanto que la creyeron muerta. Regresa, casi curada, a la Encarnación. No obstante de su precaria salud que duró por tres años seguidos, se confió en todo a san José, al quien le atribuye su curación. En 1543 muere su padre.

Del 1544 al 1554 Teresa sufre de una penosa crisis espiritual. Se debate entre sus amistades, las relaciones humanas y las exigencias de la vida consagrada. Durante este periodo se siente sola, dividida (entre su pecado y la fidelidad a Dios), infiel al Señor. En la cuaresma del 1544 siente una llamada especial delante de la estatua del ‘Ecce Homo’: cae de rodillas llorando y suplica al Señor que le ayude a no ofenderlo más. En seguida lee las confesiones de san Agustín que le aclaran muchas de sus preguntas. Al final de este periodo comienza a experimentar numerosas gracias místicas. Teresa está dudosa acerca del origen de estas experiencias, que culminan en la visión del Cristo resucitado y en la ‘trasverberación’. Tranquilizada por el Franciscano Pedro de Alcántara por cuanto a las visiones del infierno y envalentonada por algunas religiosas del convento de la Encarnación, decide fundar un nuevo monasterio con la consigna de la oración y del silencio; un monasterios pobre, pequeño, un  ‘rinconcito de Dios’, que llevará el nombre de “San José”. En el 1567 encuentra a Juan de la Cruz, que gana para la reforma del Carmelo, si bien él pensaba entrar en la Cartuja. En noviembre del 1568 Juan de la Cruz inaugura en Duruelo el primer convento masculino reformado. En la cuaresma del 1568 Teresa visita el monasterio de Duruelo, queda contenta por todo lo hecho por Juan de la Cruz. El 14 de mayo de 1569 la santa funda otro monasterio en Toledo.

El padre General le pide que deje la fundación y que se retire en monasterio de Toledo; esto también a causa de una acusación del Tribunal de la Inquisición. En su defensa escribe la cuarta ‘Relación’ donde se ve su fidelidad a la Iglesia. En medio de estas peripecias, encuentra personas que le confortan como J. Grazián, amigo fiel de su vida. En el 1573, por orden del P. Rizadla, inicia a escribir las ‘Fundaciones’. Además, lleva a término la segunda redacción del comentario al Cantar de los cantares. Hacia fines del 1575 por instrucción del Capítulo general carmelitano viene arrestado San Juan de la Cruz y sus nuevos compañeros; Teresa es obligada a retirarse en un monasterio de Castilla. En junio de 1576 Teresa llega a Toledo donde redacta el ‘Modo de visitar los conventos de las Carmelitas descalzas’ e inicia a redactar el ‘Castillo interior’, obra maestra de los escritos espirituales. Mientras tanto, continuaban las persecuciones contra la reforma teresiana. San Juan de la Cruz escapa de la cárcel del Toledo. En el mismo año 1578 el P. Grazián es encarcelado en el colegio de Alcalá de Henares. Gracias a la mediación del rey de España (Felipe II) se obtiene la aprobación pontificia. La tarde del 20 de septiembre, después de diversos viajes extenuantes, Teresa llega cansada a Alba de Tornes (entre Ávila y Salamanca). El 4 de octubre de 1582 murió diciendo: “En fin, Señor, muero hija de la Iglesia”.


2.2.1. El Castillo Interior[1]

·      En las primeras moradas se encuentran las personas de sinceros deseos, pero amordazadas aún por las preocupaciones del mundo, que le impiden contemplar la belleza del Rey. Tienen necesidad de soledad y abnegación, de purificarse de sus adherencias.

·      Los de la segunda morada han dejado  las inútiles preocupaciones, pero no de manera definitiva; ellas no se alejan del todo de las ocasiones de pecado. Hacen un poco de oración y reciben a la vez llamadas del Señor con medios ordinarios; pero sufren todavía el contraste y la guerra de las propias potencias interiores. Tienen necesidad de buenas compañías, de ser más decididas y constantes en la oración.

·      En la tercera morada se encuentran almas más sólidamente virtuosas. Ellas jamás cometerían deliberadamente un pecado pero, están aún bajo amenaza de cualquier extravío terrenal. Padecen aridez y pruebas interiores, aunque de vez en cuando el Señor las atrae hacia si, concediéndoles sus “gustos” interiores. El amor propio trabaja todavía en ellas, aunque disimuladamente. Deben ejercitarse sobre todo en la humildad y en la obediencia.

·      En la cuarta morada comienza el recogimiento sobrenatural. Estas personas muestran gusto por la penitencia y por hacer grandes cosas por Dios. No deben exponerse temerariamente al peligro,  pues son aun como tiernas plantas.

·      Las almas de la quinta morada están ya como muertas al mundo. El mundo causa en ellas fastidio. Han comprobado que las criaturas no pueden ofrecerlas el verdadero descanso que el alma busca. El enemigo las ataca bajo la figura de bien para desviarlas en pequeñas cosas, avivándolas y haciendo crecer en ellas el amor propio.  Deben disponerse a sufrir mucho por amor a Dios. Aquí se inicia la oración de unión.

·      El alma que habita en la sexta morada debe ser purificada más a fondo para llegar a la unión perfecta. Tienen lugar aquí los dones más sublimes y los más grandes sufrimientos: cauterio suave, heridas de amor, locuciones, éxtasis o arrobamientos, vuelos del espíritu, visiones, desposorio espiritual. Esta alma no puede hacer discursos en la oración, penetra más en la contemplación. El riesgo es enloquecer, si la búsqueda de la contemplación es morbosa, en vez de aceptarla como don de Dios. Tiene necesidad de consultar a los expertos, y mejor si estos son buenos “teólogos”.

·      Finalmente en las séptimas moradas se da el matrimonio espiritual. Dios se muestra al alma en el esplendor de la Trinidad: la comunicación se hace en el ápice del espíritu, no en el centro del alma. La quietud y la paz son estables, porque las preocupaciones, las impresiones, las imaginaciones o las potencias no la perturban más. Es un alejamiento soberano de todo, también de los regalos y gustos. La persona desea estar siempre en soledad, o ocupada en ayudar a las otra almas. No hay espacio para otros deseos. Es importante en este estado someter la propia voluntad aún en las cosas ordinarias e imitar a Jesús en el padecer llevando mejor la propia cruz. Esta es la finalidad de los dones que se reciben. Se asiste a la coexistencia pacifica de Marta y María.



2.3.         Juan de la Cruz (1542-1591)[2]

Nace en Fontiveros, vecino a Ávila. Huérfano de padre, vive en la miseria con la madre y sus tres hermanos. De joven cuida a los enfermos  trabajando en un hospital, hasta los 21 años, en Medina del Campo, donde frecuenta también el colegio de los jesuitas. Entra después al noviciado carmelita de esta ciudad. Después de la profesión de los votos (1564), se dirige a la universidad de Salamanca, donde estudia filosofía y teología. El deseo de perfección evangélica lo impulsa a entrar en la Cartuja. Un encuentro casual con Teresa (1567), que en ese momento buscaba la reforma del Carmelo, le hace descubrir la dirección definitiva de su vida, empeñándose en la reforma de los carmelitas; esto lo llevará a no pocas tensiones y conflictos. La actividad externa de Juan en la reforma del Carmelo no fue en primer plano, pero en la interna fue de primerísimo orden.

Él fue el que plasmó y moderó el espíritu del Carmelo reformado, sobretodo a través de la dirección espiritual, que desarrolló principalmente entre los religiosos y las religiosas carmelitas, pero también se extendió a los sacerdotes y a los laicos.  La mejor parte de su obra está escrita en poesía, obra maestra de la literatura lírica en español. Solo después de muchas insistencias decide explicar algunos versos. La exposición de su experiencia y su doctrina se advierte de manera más clara en la “Subida al monte Carmelo” que con la “Noche oscura”, obras articuladas entre sí. Muchos hechos, dice Juan en el prólogo de la Subida, suceden en el ascender a aquellos que la recorren: gozo, penas, deseos, dolores, que pueden proceder del espíritu perfecto o de aquel imperfecto. Juan intenta ayudar al religioso a fin que “pueda conocer bastante el camino que sigue y que le conviene escoger, si intenta llegar a la cima de este monte[3].

2.3.1. Subida al Monte Carmelo  y Noche Oscura

Para comprender mejor estás obras es necesario tener presente el esquema que, según el santo, sigue la vida teologal: amor inicial – renuncia –encuentro. Y de otra parte, sabemos que los comentarios a las poesías han sido escritos con una cierta resistencia interna porque no son aptos para mostrar todo lo que la poesía sugiere al espíritu, porque “los dichos del amor van dejados a su largueza, y así cada uno puede aprovecharse según el modo propio y la riqueza de su espíritu” (Cántico, prologo nº 2).

·         Ambas obras se refieren a la poesía “Noche oscura”. La Subida interpreta sólo los primeros diez versos (2 estrofas) de la poesía, y la Noche vuelve a otro nivel sobre las mismas estrofas, añadiendo la referencia a la tercera en el capítulo 25 del libro II.

·         Subida y Noche presentan una cierta continuidad y alguna discontinuidad. Muestran cómo se debe disponer el alma para llegar a la unión con Dios; cómo obtener progresivamente la “suma desnudez y libertad” ante cada obstáculo que pueda interponerse. En la Subida (tres libros) san Juan trata de la purificación activa y en la Noche (dos libros) de la pasiva.

·         El símbolo de la “noche”, genial en sus connotaciones de oscuridad purificante y de iluminación progresiva, invade todo el itinerario de las dos obras. Por “noche” entiende “la privación del gusto en el apetito de las cosas” (Cf. I S. 3, 1-3).

·         En la Subida: los sentidos son purificados por la mortificación del apetito sensible en cada cosa (libro I); el intelecto es purificado por la fe (libro II), que oscurece con su luz cualquier otro conocimiento diverso de la fe, así mismo que por las comunicaciones extraordinarias; y en el libro III, expone como la esperanza purifica la memoria de cada propiedad y atadura desordenada, dejando solo a Dios como único Bien mismo y deseado; y la caridad purifica la voluntad de cada inclinación y gusto que no sea la gloria de Dios.

·         En la Noche, la purificación viene considerada en cuanta causada por la contemplación en aquellos que inician este estadio (o fase) pasivo, y afecta los vicios capitales también en sus aspectos espirituales (libro I) y las potencias del alma de los proficientes en el mismo estadio pasivo (libro II).

·         Cronológicamente la purificación activa y la pasiva pueden a veces coincidir. Mejor  debería decirse que la noche activa del espíritu coincide al menos con el inicio del estadio pasivo de la contemplación.

·         El conjunto de esta doctrina está dirigida a los miembros del Carmelo descalzo. El principio que está en la base es el de la incompatibilidad de los contrarios: santidad y pecado, luz y tinieblas, trascendencia de Dios y limitación de la comprensión humana.


2.3.2. Cántico espiritual

Comenta la poesía “Diálogo entre el alma y Cristo el Esposo”. En la Subida-Noche el comentario de la poesía apenas se ve entre la predominancia del desarrollo doctrinal querido por el santo. Aquí, por el contrario, cada estrofa tiene su correspondiente comentario general y exposición de sus versos.  En el Cántico se propone tratar los efectos de la oración en aquellos que ya no son principiantes. Sobre el estadio purgativo había ya tratado suficientemente en la Subida.

En el Cántico el Esposo ha tomado la iniciativa: purifica el alma, la ilumina, la atrae y la embellece, para llevarla a la unión divina. El alma lo busca y lo desea porque primero el Esposo la buscó y la colmó de sus bienes. El comentario traza el desarrollo del amor divino en el alma, que crece a medida que disminuye cada afecto contrario o diverso. De un deseo ardiente del Esposo, a través de las purificaciones de las distancias, pasa a un aumento de estos deseos de purificación para un mayor conocimiento y amor del Esposo, hasta que descubre por todas partes las huella del Amado y llegará al esponsalicio y al pregusto de la unión divina, a la unión sustancial y a la de las potencias, siempre en clave trinitaria y cristocéntrica. Cristo es el centro de atención desde el inicio y al que confluye todo el movimiento. En el comentario de las últimas estrofas se abre a las visiones de gloria pregustada por el hombre ya en el estado de perfección. Pero la unión de las potencias con Dios en esta vida no es continua.


2.3.3. Llama de amor viva

La “llama” es el símbolo central y casi único para tratar en este comentario del amor “más cualificado y perfeccionado en el mismo estado de transformación” (Prólogo nº 3) del alma en Dios. El comentario está casi siempre unido al verso correspondiente de la estrofa comentada. Rara vez se extiende en la digresión toda doctrinal. Las criaturas vienen recobradas en su dependencia de Dios creador, vistas desde el punto de vista de Dios, amadas en Él, como efectos que proceden de Él, no como escala para subir a Él.

En cada una de las cuatro estrofas está desarrollada una estrofa: llama viva (1ª), cauterio suave (2ª), lámpara de fuego (3ª), aspirar sabroso (4ª), para declarar cuatro situaciones diversas del alma en su vida de unión con la Trinidad.


¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno, cuán delicadamente me enamoras!



[1]   Esta es la obra cúlmen de su vida mística. En esta obra Teresa tiene una visión del hombre, toda la persona, como un castillo, en el cual se encuentran varias mansiones o moradas. Teresa parte del hecho que Dios está presente en nosotros porque el hombre es imagen y semejanza de Dios. Por tanto, para Teresa, Dios habita en nosotros, y por ese motivo, el hombre debe hacer una experiencia de Dios.  La relación personal con Dios, para Teresa, es la oración. La amistad humana es la base para descubrir la amistad divina. Dicha relación de amor con Dios debe madurar, debe crecer con el tiempo.  Esta obra mística es un reflejo de la propia vida de santa Teresa.  Para ella, el hombre se encuentra fuera de sí mismo, es decir, fuera del castillo. A través de la oración es la manera para ir entrando en las distintas moradas, hasta llegar a la séptima morada, la más interior. Pero para lograr este objetivo, Teresa señala que se deben superar muchos obstáculos, como cuando se desea entrar a un castillo, se debe pasar primero por el foso que lo rodea, con los peligros que conlleva.  El pecado será aquello que nos aleja de Dios, de nosotros mismos, de nuestro interior (nuestra morada más intima). Por tanto, el pecado es morir espiritualmente, es ser esclavo de sí mismo. La oración es el modo de superar el pecado; esto nos lleva a la liberación.  Dice Teresa que hay personas que se dan cuenta de su esclavitud y comienzan a orar; de esta forma, ingresan a la primera morada. Son almas sordo mudas, porque no profundizan en este camino. (Mt 19, 21. Estado de perfección). El cristiano debe prender con decisión el camino. Se necesita hacer una elección efectiva y afectiva.  Ser verdaderamente espiritual para Teresa es ser esclavo de Dios, es decir, esclavo en hacer la voluntad del Padre. Por ello, la humildad es la base del Castillo.  La unión mística lleva a la acción. Es decir, la contemplación y la acción no se contraponen.  La oración y el silencio, serán parte de la forma de vivir de los conventos reformados por Teresa.  El esquema que se presenta es del P. Manuel Ruíz Jurado, s.j.
[2]   San Juan busca estar unido a Dios renunciando a todo aquello que lo impide. Esta unidad con Dios implica la total mortificación del gusto sensible y el espiritual. Para ello propone un deseo profundo deseo de imitar a Jesús, para así purificar las pasiones. Los sentidos, una vez purificados (noche de los sentidos), miran a la parte más central del hombre: la voluntad, la memoria y el intelecto. (Esto sería propiamente la noche del espíritu).  Intelecto. Liberarlo del racionalismo para que la fe se vea purificada.  Memoria. Posibilidad de retener aquello que es fundamental para la identidad personal. Deseo de esperanza, liberación de imágenes, de las falsas motivaciones.  Voluntad. El dinamismo del deseo de la persona es el amor de Dios.  Purificación pasiva de los sentidos y del espíritu. Se manifiesta a través de la oración.  La aridez espiritual. No hay que caer en el autoengaño.  La purificación pasiva la hace Dios, no el hombre. De aquí la necesidad del discernimiento. Esta purificación pasiva del espíritu es ya contemplación. La contemplación en el espíritu lleva a conocer mejor la perfección de Dios. Le lleva a conocer la propia imperfección .
[3] El Monte es presentado como lugar de encuentro con Dios. El monte es el lugar de manifestación de Dios (teofanía), un lugar entre el cielo y la tierra. San Juan, continua una gran tradición de presentar el camino espiritual como una subida al monte.  Para subir al Monte señala tres caminos posibles: el de la izquierda, llamado camino del espíritu imperfecto; el de la derecha, llamado camino del espíritu equivocado y; el del centro, llamado el camino correcto. En el primero de ellos (izquierda) se buscan los bienes espirituales (gloria, seguridad, consolación…), en el segundo, se buscan los bienes materiales (gusto, libertad, reposo…), pero en ninguno de los dos se busca a Dios en sí mismo.  El camino adecuado, por tanto es el central, y en el se busca nada, nada, nada…en relación a bienes espirituales y materiales. Nada es todo aquello que me impide llegar a la cima (Dios).  En esta nada, la persona se encuentra a sí misma, es el camino de la cruz, un camino de purificación de sí mismo. Al final del camino de la cruz, viene la fe, la esperanza y la caridad. En este nivel, el sentir desaparece y permanece sólo el amor a Dios.  Este proceso de la cruz (del nada) pretende el radicalismo evangélico del amor a Dios sobre todas las cosas. Los tres votos pretenden precisamente esto: amar a Dios sobre todo..

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