miércoles, 19 de octubre de 2011

ENSEÑANZA DE SS. BENEDICTO XVI, SOBRE LA FORMACION PERMANENTE DE LOS SACERDOTES

ENSEÑANZA DE SS. BENEDICTO XVI, SOBRE LA FORMACIÓN PERMANENTE
a)      ¿Por qué la formación permanente?   
                "El misterio del sacerdocio de la Iglesia radica en el hecho de que nosotros, seres humanos miserables, en virtud del Sacramento podemos hablar con su 'yo': in persona Christi. Jesucristo quiere ejercer su sacerdocio por medio de nosotros. Este conmovedor misterio, que en cada celebración del Sacramento nos vuelve a impresionar, lo recordamos de modo particular en el Jueves Santo. Para que la rutina diaria no estropee algo tan grande y misterioso, necesitamos ese recuerdo específico, necesitamos volver al momento en que él nos impuso sus manos y nos hizo partícipes de este misterio" (BENEDICTO XVI, Homilía Jueves Santo - Santa Misa Crismal, Basílica de San Pedro, 13-IV-2006).

b)      ¿Cuál es el fundamento?
                "Ya no os llamo siervos, sino amigos'. Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo. Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad. En esta comunión de pensamiento con Jesús debemos ejercitarnos, como nos dice san Pablo en la carta a los Filipenses (cfr. Flp 2, 2-5). Y esta comunión de pensamiento no es algo meramente intelectual, sino también una comunión de sentimientos y de voluntad, y por tanto también del obrar. Eso significa que debemos conocer a Jesús de un modo cada vez más personal, escuchándolo, viviendo con él, estando con él" (BENEDICTO XVI, Homilía Jueves Santo - Santa Misa Crismal, 13-IV-2006).

c)       ¿Cuál es el marco y punto de partida?
                "Hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes den testimonio de la misericordia infinita de Dios con una vida totalmente 'conquistada' por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, publicó la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis, en la que retoma y actualiza las normas del Concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, como para nosotros, es un verdadero punto de partida e igualmente es el punto fundamental para que la 'nueva evangelización' no sea sólo un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad" (BENEDICTO XVI, Audiencia General, 19-VIII-2009).

d)      Objetivo: recordar y revivir la llamada.
                Surgen las preguntas:

¿Quién es el sacerdote?
                "El tema de la identidad sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en el futuro" (BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Congregación para el Clero, 12-III-2010).

¿Qué relación existe entre el ser y el hacer del sacerdote?
                "En verdad, precisamente considerando el binomio 'identidad-misión', cada sacerdote puede advertir mejor la necesidad de la progresiva identificación con Cristo, que le garantiza la fidelidad y la fecundidad del testimonio evangélico [...] Cuando no se tiene en cuenta el 'díptico' consagración-misión, resulta verdaderamente difícil comprender la identidad del presbítero y de su ministerio en la Iglesia" (BENEDICTO XVI, Audiencia General, 1-VII-2009).

                "En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su 'Yo filial', que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro" (BENEDICTO XVI, Carta convocando un año sacerdotal con ocasión del 150º aniversario del "dies natalis" del Santo Cura de Ars, 16-VI-2009).

                "Ante todo, en nuestro interior debemos vivir la relación con Cristo y, por medio de él, con el Padre; sólo entonces podemos comprender verdaderamente a los hombres, sólo a la luz de Dios se comprende la profundidad del hombre; entonces quien nos escucha se da cuenta de que no hablamos de nosotros, de algo, sino del verdadero Pastor" (BENEDICTO XVI, Homilía con ocasión de las ordenaciones sacerdotales, 7-V-2006).

e)       Formar en la fidelidad
                "Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación de cada cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del Altar, debe ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor. La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor; de un amor coherente, verdadero y profundo a Cristo Sacerdote" (BENEDICTO XVI, Discurso en la celebración de las Vísperas, Fátima, 12-V-2010).

                "Hacerse sacerdote y serlo sigue siendo un acercamiento hacia esta identificación [con Cristo]. Nunca acabaremos de alcanzarla, pero si la buscamos, estamos en el buen camino: el camino que lleva a Dios y al hombre, el camino del amor. Con esta vara hay que medir siempre la preparación para el sacerdocio" (J. RATZINGER, Un canto nuevo para el Señor, Ediciones Sígueme, Salamanca 2005, p. 204).
                "¡Sí!, El sacerdote es un hombre todo del Señor, puesto que es Dios mismo quien lo llama y lo constituye en su servicio apostólico. Y precisamente por ser todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres" (BENEDICTO XVI, Audiencia General, 1-VII-2009).

LA FORMACIÓN PERMANENTE: UNA OCASIÓN DE GRACIA Y CRECIMIENTO INTEGRAL
Por: Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo.

                Todos nosotros hemos sido llamados al seguimiento discipular del Señor Jesús, en una vocación muy precisa en la Iglesia: el ministerio ordenado.
                La temática tiene una bibliografía[1] inmensa, y nos obliga a una perspectiva teológica que nos permita volver a ver los fundamentos de nuestro camino espiritual integrando todos los factores que hacen que nosotros seamos lo que somos: hombres, cristianos, sacerdotes. Este es el quicio que en primer lugar define nuestra identidad sacerdotal.

                En una reciente intervención, Claudio Humes, todavía en su condición de Cardenal Prefecto de la Congregación para el Clero, apuntaba cómo la espiritualidad presbiteral tiene una serie de elementos humanos y cristianos previos: «antes que nada y hablando del ser del presbítero, o sea de su específica identidad que debe manifestarse en su espiritualidad, no podemos olvidar que antes de ser presbítero, es un hombre y un cristiano. Así pues, antes de tratar específicamente de la espiritualidad presbiteral se podría dibujar una espiritualidad humana básica y, después, una espiritualidad cristiana común a todos los cristianos, laicos, pastores, consagrados. Ciertamente, en el presbítero el ser humano y cristiano no ha sido destruido para dar paso a un nuevo ser, esto es, el de presbítero, sólo ha sido transformado. Esto no me parece de poca importancia, sino que creo que, a veces, sería necesario despertar en el presbítero estos aspectos humanos y cristianos de su ser y, en consecuencia, de su espiritualidad. Por otra parte, la transformación del ser humano y cristiano en un ser presbiteral no constituye solo un anejo accidental, sino una verdadera transformación ontológica-teológica; o sea, el presbítero, siendo sacramentalmente configurado a Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, esta configuración la Iglesia la entiende como ontológica y, por eso, perenne e inseparable de su originario ser humano y cristiano, con el que hace un solo ser. Por eso se debe decir que el presbítero debe también desarrollar los elementos ontológicos de su ser humano y cristiano, además de aquellos de su ser presbiteral»[2] .

                No se trata de compartimentos estancos, como quien superando un nivel suficientemente, sólo así estaría en condiciones de probar con el siguiente, sino más bien se trata de una serie de factores que deben trabajarse, nutrirse, cuidarse de modo armonioso, al unísono, integralmente. Tanto es así, que el descuido o la censura de alguno de los tres elementos señalados (humano, cristiano y presbiteral), tiene consecuencias inevitables y perniciosas sobre los demás. Lo iremos viendo dentro de esa metodología espiral que según va avanzando en su discurso, integra lo ya comprendido sin dejar de recordarlo. Nos proponemos una reflexión teórica sobre el ministerio sacerdotal (sobre una buena teología de esta vocación cristiana[3]), sino una descripción de esta vocación eclesial que tenga en cuenta los presupuestos cristianos y humanos sobre los que se asienta. Será la temática de la formación permanente para nuestro Presbiterio en el presente curso. Antes, digamos una breve palabra sobre la formación permanente. Es una novedad en la praxis de la Iglesia la de incorporar la formación continua o formación permanente a la oferta pedagógica que se hace a los sacerdotes y a la vida consagrada. No hace tanto tiempo se concebía la ordenación presbiteral o la profesión religiosa con los votos perpetuos el final de una preparación intensa para ese momento, tras el cual se inauguraba la vida entera restante sin más seminarios, noviciados ni formaciones iniciales que recibir[4] .

                La vida nos ha ido enseñando que tras la ordenación o profesión religiosa, verdaderos puntos de inflexión en la biografía vocacional de una persona, había tantas cosas por escribir, que poco a poco se han ido descubriendo en su claroscura y agridulce sorpresa. Tantas gracias no recibidas aún han ido llegando puntualmente, tantas traiciones que ni se imaginaban nos han sobresaltado y vulnerado, tantos retos han sacado lo mejor de nosotros mismos permitiéndonos crecer en los mil desafíos, tantos cansancios o fracasos han querido acorralarnos con su impostura de mediocre dejadez, aburrimiento y escepticismo. Y así, luces y sombras, gracias y pecados, pescas milagrosas y redes vacías, fecundidades, barbechos y esterilidades, han ido poniendo los renglones en la historia que cada uno con su edad y circunstancia ha vivido. ¿Teníamos que recurrir a lo recibido para siempre en los años de la mocedad de nuestra formación inicial o cabía esperar y proponer con sabiduría ilusionada una formación que abrazase la vida, la acompañase con respeto, levantase las caídas, fortaleciese las fuerzas gastadas y diese razones para reestrenar la esperanza? Esta es la intuición de la Iglesia que nos llama a formar continuamente una vida que continuamente crece, madura y se desgasta. El hambre que hoy podemos experimentar no se calma ni se colma con los panes ya digeridos de un pasado tal vez muy lejano ya. Se trataba de poner un cauce nuevo a la incesante novedad que la vida nos reclama, para no acercar a las cuestiones que se nos plantean hoy las respuestas que sólo tuvieron oportunidad y sentido ayer. Sin duda que hay cuestiones que siempre nos han acompañado y a las que siempre hemos respondido de la misma forma apoyándonos en la sabiduría aprendida y verificada, esa que el Señor en su Iglesia nos iba regalando. Pero hay otras cuestiones novedosas que sencillamente piden respuestas nuevas, igualmente fundamentadas en esa sabiduría humana, divina y eclesial.

A esto quiso responder la Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo vobis.
Vale la pena leer: «Las palabras del Apóstol al obispo Timoteo se pueden aplicar legítimamente a la formación permanente a la que están llamados todos los sacerdotes en razón del "don de Dios" que han recibido con la ordenación sagrada. Ellas nos ayudan a entender el contenido real y la originalidad inconfundible de la formación permanente de los presbíteros. También contribuye a ello otro texto de san Pablo en la otra carta a Timoteo: "No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. Ocúpate en estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen" (1 Tim. 4, 14-16). El Apóstol pide a Timoteo que "reavive", o sea, que vuelva a encender el don divino, como se hace con el fuego bajo las cenizas, en el sentido de acogerlo y vivirlo sin perder ni olvidar jamás aquella "novedad permanente" que es propia de todo don de Dios, -que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap. 21, 5)- y, consiguientemente vivirlo en su inmarcesible frescor y belleza originaria. Pero este "reavivar" no es sólo el resultado de una tarea confiada a la responsabilidad personal de Timoteo, ni es sólo el resultado de un esfuerzo de su memoria y de su voluntad. Es el efecto de un dinamismo de la gracia, intrínseco al don de Dios: es Dios mismo, pues, el que reaviva su propio don, más aún, el que distribuye toda la extraordinaria riqueza de  gracia y de responsabilidad que en él se encierran»[5] .
                Poner vida, reavivar, volver a empezar en el presente concreto lo que tuvo su inicio en el día primero de la ordenación, no a pesar de lo que hemos vivido, sino a través de todo lo que hemos vivido en su más hermosa luz o en su más tremenda oscuridad. Y junto a este objetivo de feliz y fecundo recomienzo reavivador, la Exhortación Pastores dabo vobis apunta una nota importante: que sea una formación integral, es decir, no parcial o fragmentaria. Precisamente para evitar que esto suceda, se indica con claridad cómo la formación debe abarcar y abrazar todos los factores de la persona, porque todos ellos han sido llamados por Dios cuando nos invitó al seguimiento de su Hijo en la vocación sacerdotal: «Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella»[6] .

                En la nueva etapa que se nos abre a todos los bautizados tras haber cruzado el umbral del tercer milenio cristiano, el Santo Padre (Beato Juan Pablo II) nos emplazó con su inusitada audacia y creatividad a seguir remando mar adentro. Algunas Congregaciones vaticanas han ido publicando su particular “vademecum” para ayudarnos a todos a la travesía histórica en curso que trata de seguir obedeciendo aquel “duc in altum” que dijera el Señor a los discípulos. En este sentido, la Congregación para el Clero, ha afirmado recientemente algo que nos pone también en saludable guardia para poder revisar y reestrenar nuestra identidad sacerdotal: «En los últimos decenios la Iglesia ha conocido problemas de "identidad sacerdotal", derivados, en algunas ocasiones, de una visión teológica que no distingue claramente entre los dos modos de participación en el sacerdocio de Cristo. En algunos ambientes se ha llegado a romper aquel profundo equilibrio eclesiológico, tan propio del Magisterio auténtico y perenne. Hoy se dan todas las condiciones para superar el peligro tanto de la "clericalización" de los laicos como de la "secularización" de los ministros sagrados. El generoso empeño de los laicos en los ámbitos del culto, de la transmisión de la fe y de la pastoral, en un momento además de escasez de presbíteros, ha inducido en ocasiones a algunos ministros sagrados y a algunos laicos a ir más allá de lo que consiente la Iglesia, e incluso de lo que supera su ontológica capacidad sacramental. De aquí se deriva también una minusvaloración teórica y práctica de la específica misión laical, que consiste en santificar desde dentro las estructuras de la sociedad. De otra parte, en esta crisis de identidad, se produce también la "secularización" de algunos ministros sagrados, por un oscurecimiento de su específico papel, absolutamente insustituible, en la comunión eclesial»[7] .

                Buscaremos entonces apuntar a una síntesis que nos permita ese gozoso reestreno de nuestra vocación ministerial sin que se produzcan imperdonables reduccionismos que nos hagan caer en clericalismos o en secularismos, en espiritualismos o en materialismos, sino poder entender armoniosamente la llamada concreta que en el hoy de nuestra vida, de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, nos sigue haciendo el eterno Dios.FIN.


CONCEPTO DE FORMACIÓN PERMANENTE
INTRODUCCIÓN
                El Magisterio de la Iglesia sobre la formación permanente del Clero nos dice en el número 70 de la Exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis, partiendo del fundamento bíblico (2 Tim 1, 6): "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti". Nos dice: "La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del orden".
                El Obispo como responsable de la formación permanente, busca que todos sus presbíteros sean fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y, tiene el derecho de tenerlos; esta responsabilidad del Obispo en comunión con su presbiterio debe hacer un proyecto y establecer un programa capaz de estructurar la formación permanente, no como mero episodio, sino como propuesta sistemática de contenido que se desarrolle por etapas y modalidades precisas (Cf. PDV 79). También el "Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros", enero de 1994, nos ilumina muy ampliamente para presentar las siguientes propuestas: Las cuatro dimensiones de la formación permanente (humana, espiritual, intelectual y pastoral) se realizan en forma integral, de modo que existe una interacción entre ellas, que hay que estudiar ampliamente.

FORMACIÓN PERMANENTE
                Antes de pasar a ver el tema en sí, es conveniente examinar el significado de la categoría formación permanente, qué entendemos por el mismo, cuál es su perspectiva de fondo y cuál su alcance.
A) El TÉRMINO:
                La formación permanente ha sido designada a través de varios términos; veamos cuáles son; así como sus ventajas y desventajas para expresar la riqueza del concepto que nos ocupa.

a). Formación permanente. Es un término ya acentuado en diversos escritos teológicos y, sobre todo, en los documentos del Magisterio de la Iglesia. En varios ambientes sacerdotales se percibe resistencia hacia él, en cuanto que fácilmente se le relaciona con una prolongación de la etapa de formación en el seminario que, además, por ser permanente, parecería como si nunca llegara a su término de madurez.
                Con todo, por ser un término ya acentuado, ofrece un punto de referencia preciso necesario para entender el Magisterio, así como para tener un lenguaje común y universal en toda la Iglesia.

b). Formación integral.  El término "integral" goza de mayor aceptación, en cuanto que alude a la totalidad de la persona y, además, sugiere que la meta final de la formación puede ser alcanzada junto con la madurez sacerdotal y el desafío sería mantenerla así a lo largo de toda la vida del presbítero.

c). Crecimiento continuo.  Mientras que a los dos términos anteriores se les relaciona fácilmente con una estructura Formador-formando, donde éste último es sujeto pasivo, en éste término se indica una acción en la que el beneficio fundamental se da en el sujeto mismo. Con el adjetivo "continuo" se subraya que el crecimiento no sólo debe estar siempre presente ("permanente"), sino que debe ser siempre progresivo.

d). Crecimiento integral.  Añade al anterior las ventajas que trae consigo el adjetivo "integral" y que ya hemos descrito.

e). Enriquecimiento mutuo. Con este término se subraya el aspecto comunitario de la formación permanente; es necesario el crecimiento, no sólo como presbítero, sino también como presbiterio. Se remarca también el aspecto experiencial: es en el "encuentro" con otros sacerdotes que se da el crecimiento sacerdotal. El presbítero crece en el presbiterio.

f). Atención al Clero. Mientras que al término "formación permanente" se le relaciona frecuentemente con actividades académicas, con este término se subraya que el campo de acción de quienes se dedican al cuidado y promoción de los presbíteros abarca todos los aspectos de la vida de ellos (salud preventiva, chequeo médico, convivencias, lugar de residencia, economía personal. etc.).

g). Promoción Integral. Con todo, el término anterior sugiere y deja entrever al sacerdote como sujeto pasivo al que es necesario atender; con el término de promoción integral se induce más bien la idea de que el presbítero mismo es agente principal de su propio crecimiento sacerdotal, el cual puede ser promovido por otros, pero sin dejar nunca de ser el protagonista de su propio caminar.

                Habiendo considerado lo anterior, podemos concluir que cuando hablamos de formación permanente podemos sustituir el término por el de Promoción integral, crecimiento continuo, o por alguno de sus demás equivalentes que hemos visto, según el matiz o acento que se considere conveniente resaltar. Igualmente, se les puede entretejer y combinar para dar una idea más completa de la formación permanente, teniendo siempre presente que los términos son limitados en su significación y que lo trascendente es el contenido profundo que intentan expresar.

B) EL CONCEPTO:
Así pues, más allá de los términos, lo que importa es el concepto o la noción misma que tengamos acerca de la formación permanente. A continuación daremos algunos rasgos principales de este concepto, aunque serán a nivel general.

a).- La formación permanente dice relación a:
  • La identidad sacerdotal; crecemos en lo que somos; sólo hay formación permanente en la medida en que hay crecimiento sacerdotal.
  • La fidelidad al don recibido (cf. PDV 73 y 75); el significado profundo de la formación permanente radica en que ella se aboca a sostener en el presbítero esta fidelidad perseverante al don de Dios.
b).- La formación permanente nos ayuda y ACOMPAÑA (palabra clave)
c).- La formación permanente nos acompaña no sólo en ciertos momentos, sino, y esto es muy importante, a lo largo de toda nuestra vida sacerdotal.
                La formación permanente, ayudando continua y ordenadamente a nuestra fidelidad, se constituye en una estructura que favorece nuestro Sí al Señor en la propia vocación específica, en nuestro servicio y en la eficacia de nuestro servicio.
d).- Es importante captar que la promoción integral y permanente hace que el acompañamiento a los sacerdotes no se realice a través de eventos o momentos dispersos o aislados, sino que se constituya en todo un proceso y un crecimiento continuo.
                En conclusión, la perspectiva de fondo de la formación permanente es la de regresar continuamente a la fidelidad a la propia identidad o vocación específica, y también, en su caso, al propio carisma.
                Así pues, el Objetivo general de la formación permanente es que el sacerdote crezca en cuanto sacerdote; la Meta es: "llegar al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13).

C) CRITERIOS BÁSICOS EN UN PROCESO DE FORMACIÓN PERMANENTE.
a). Autoformación. En el caso de los presbíteros, tratándose de personas maduras y que han tenido ya una formación básica, el enfoque fundamental es:
  • que el sacerdote sea el protagonista de su propio proceso de formación permanente.
  • paso de una estructura de Formador-formando, agente activo-sujeto pasivo, a una estructura de autoformación personal y comunitaria.
  • la autoformación es impulsada potentemente por el encuentro (categoría clave) con otros sacerdotes y el correspondiente enriquecimiento mutuo.
b).- En un proceso de etapas diferenciadas:
  • No identificables rígidamente (p. ej. seminario, diaconado, integración al presbiterio primeros años, y las tres que nos señala el Papa Juan Pablo II en PDV 76 y 77, sacerdote joven, de edad mediana y maduro).
  • Por tanto, proceso continuo y permanente.
e) Sistematicidad:
  • Necesario, para que sea un verdadero proceso.
  • Por tanto, que tenga un programa, un calendario, etc.
  • Se busca dar un crecimiento armonioso.
d) Integral -DIMENSIONES- convencionalmente se han siempre considerado las 4 ya conocidas: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Para que la formación sea integral, deberá tomar en cuenta también la realidad completa de los sacerdotes a los que se dirige: su edad, su situación económico-social, su espiritualidad propia o vocación específica, etc.
c) Proceso existencial. La formación permanente es, ante todo, una actitud existencial que aborda una cuestión esencial: ¿creo en lo que soy?, ¿quiero ser lo que soy?, ¿quiero renovar mi vocación? La formación permanente toca, pues, lo más profundo de nuestro ser sacerdotal.
E). OBJETO FORMAL:
  • La formación permanente, con todo y que abarque muchos aspectos, necesita de un centro de gravedad en torno al cual giren todos ellos.
                La formación permanente no sólo debe ser integral, sino también integrada; debe existir una complementariedad entre los diversos aspectos para la favorecer un crecimiento armonioso.
                La integración de todos los elementos se debe dar alrededor de un centro de gravedad, que en este caso es la vida sacerdotal, la vida espiritual.
                Nos situamos en la misma perspectiva si consideramos el objeto formal de la formación permanente: Se trata de crecer integralmente, sí, pero en cuanto sacerdotes, así como en cuanto al propio ministerio; un esquema de formación permanente que no buscase hacer crecer al sacerdote en la fidelidad a su propia vocación, en la generosidad, la entrega y el servicio a los demás, estaría deformando en lugar de formar y desviando sus finalidades.
                Así pues, sí crecimiento continuo, pero siempre armonioso y en una dirección muy definida: crecer en Cristo sacerdote.






OBJETIVO GENERAL DE LA FORMACIÓN PERMANENTE DEL
CLERO DE SOLOLÁ-CHIMALTENANGO
                “Reavivar el don recibido, mediante la participación comprometida y responsable en el proceso integral de formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, y así: vivir la fidelidad e identidad sacerdotales; santificarnos y santificar al pueblo de Dios; y participar en la misión de la nueva evangelización según las exigencias y desafíos del mundo actual, en comunión con el obispo y en fraternidad sacerdotal.”

DIMENSIÓN ESPIRITUAL
ETAPA KERIGMÁTICA, de CONVERSIÓN

OBJETIVO ESPECÍFICO I
Fortalecer la vida espiritual, favoreciendo  la posibilidad del encuentro personal con Cristo.

I ESTRATEGIAS
I.1 Realizando retiros mensuales y anuales, en lugares y ambientes adecuados.
I.2 Fomentando el espíritu de retiro, ambiente de silencio y oración.
I.3 Facilitar La Confesión y la Dirección Espiritual.
METAS
ACCIONES
RESPONSABLES
I.1.1 Retiros anuales en dos fechas.
I.1.2 Alternar los retiros mensuales entre generales y por vicaría (por vicaría: Un mes por razones geográficas y un mes por razones de edad).
-Definiendo horario y temario de los retiros.
- Delegando la predicación de los retiros a personas adecuadas.
I.2.1 Fomentar la necesidad de oración.
-Mejorando el esquema de los retiros mensuales.
- Tomando con responsabilidad las fechas y horarios de los retiros.
Promoviendo la Lectio Divina.
- Predicadores delegados por el Obispo.
I.3.1 Facilitar un tiempo de confesión en los retiros
1.3.2 Fomentar el acto penitencial en los retiros de Cuaresma y Adviento.
1.3.3 Estar disponibles para acompañar y ser acompañado en la Dirección Espiritual.
- Impartiendo reflexiones sobre el  tema de La Confesión y Dirección Espiritual.
- Fomentando el examen de conciencia escrito.
- Presbíteros dispuestos a Confesar o acompañar en Dirección Espiritual.


ETAPA CATEQUÉTICA-CELEBRATIVA

OBJETIVO ESPECÍFICO II
Conseguir que el ejercicio del ministerio sacerdotal se realice a partir de una asidua escucha al Maestro
II ESTRATEGIAS
II.1 Acentuar los elementos esenciales de la espiritualidad sacerdotal diocesana.
II.2 Cuidando la Liturgia en general y las normas de piedad.
II.3 Elaborando un plan de vida de oración personal.
METAS
ACCIONES
RESPONSABLES
II.1.1  Vivir la fidelidad e identidad sacerdotales.
- Celebrando la memoria de los santos que han influido en la historia de La Iglesia.
- Celebrando los Aniversarios sacerdotales.
- Recuperar la memoria histórica de los “mártires” de Guatemala.
- Delegados de liturgia
III.2.1 Que todo ministro ordenado viva la experiencia celebrativa como fuente de santificación.
- Retomando la importancia del rezo de la Liturgia de las Horas.
- Cada presbítero
III.3.1 Promover bibliotecas de espiritualidad.
- Utilizando los mass media, medios electrónicos, audio y escrito.
- Comisión de Formación Permanente.


[1] A modo de sugerencia, véanse todos los títulos que aparecen en el apartado de Bibliografía en el volumen AA. VV., Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio (Edice. Madrid 1987) 699-703; J.L. ILLANES, Laicado y Sacerdocio (Eunsa. Pamplona 2001); ver también la ficha bibliográfica actualizada de PH. GOYRET, Chiamati, consacrati, inviati. Il sacramento dell'Ordine (Librería Editrice Vaticana. Città del Vaticano 2003) 201- 206.
[2] C. HUMES, «La espiritualidad presbiteral», Surge 68 (2010) 208-209.

[3] Cf. J. COPPENS (ed.), Sacerdocio y celibato (Bac. Madrid 1971); M. NICOLAU, Ministros de Cristo. Sacerdocio y sacramento del Orden (Bac. Madrid 1971); L. OTT, El sacramento del orden. (Bac. Madrid 1976); B. JIMÉNEZ DUQUE, Testigos del Misterio. Reflexiones acerca del ministerio sacerdotal (Tau. Ávila 1986); S. GAMARRA MAYOR, «La espiritualidad presbiteral y el ejercicio ministerial según el Vaticano II», en AA. VV., Comisión Episcopal del Clero, Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio (Edice. Madrid 1987) 463-482; I. OÑATIBIA, La espiritualidad del presbítero desde la sacramentalidad de su ministerio, en "Surge" 47 (1989) 3-20; S. DEL CURA ELENA, La sacramentalidad del sacerdote y su espiritualidad, en AA. VV., Comisión Episcopal del Clero. Espiritualidad sacerdotal. Congreso (Edice. Madrid 1989) 73-119; A. FAVALE, El Ministerio presbiteral. Aspectos doctrinales, pastorales y espirituales (S.E. Atenas. Madrid 1989); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal (Bac. Madrid 1991); R. ARNAU GARCÍA, Orden y ministerios (Bac. Madrid 1995); A. MANARANCHE, Querer y formar sacerdotes (Desclée de Brouwer. Bilbao 1996); M. PONCE CUELLAR, Llamados a servir. Teología del sacerdocio ministerial (Herder.
Barcelona 2001); J. IGEA LÓPEZ-FANDO (ed.), El pastor en tiempos de inclemencia. Ponencias del encuentro de Delegados del Clero (Edice. Madrid 2007); J. NÚÑEZ REGODÓN, Ministerio apostólico y misterio pascual. Una lectura de 2Cor para iluminar el ministerio sacerdotal en la actualidad (Edice. Madrid 2007); Ch. SCHÖNBORN, La alegría de ser sacerdote (Rialp. Madrid 2010); A. PÉREZ PUEYO (ed.), Vocación al
sacerdocio y desarrollo personal (Edice. Madrid 2010).
[4] Recomiendo una obra muy completa que recoge la documentación de la Conferencia Episcopal Española sobre la formación permanente de los sacerdotes desde la Pastores dabo vobis, e incluye importantes estudios al respecto: COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO. DOCUMENTOS, La Formación sacerdotal permanente. Documentos de la Comisión Episcopal del Clero, sobre la P.D.V. (Edice. Madrid 2004); también se lee con provecho el trabajo de A. CENCINI, Árbol de la vida. Hacia un modelo de formación inicial
y permanente (San Pablo. Madrid 2005).

[5] JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 70.

[6] JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 71.

[7] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, "El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial". Instrucción. nº 7.

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