martes, 23 de julio de 2013

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR EDUARDO FUENTES

Que descanse en Paz,
Monseñor Eduardo
Así sea.

Décimo sexto aniversario de la muerte del Monseñor Eduardo Fuentes.

            El pasado Sábado 20 de Julio, celebramos el décimo sexto aniversario de del fallecimiento de Monseñor Eduardo Fuentes, Obispo de Sololá-Chimaltenango. Su muerte  fue en la madrugada del 20 de julio de 1,997, con la paz, serenidad y alegría que caracterizó toda su vida. Aún tuvo tiempo para decirle al sacerdote que le administró la Santa Unción y el Viático, y que cumplía años en ese día. “Me voy a celebrar su cumpleaños en el cielo”

            Palabra de Monseñor Eduardo, dictada desde su lecho de enfermo de cáncer terminal, en un día 06 de Junio de 1,997, por Radio Sololá decía “Han transcurrido tres meses desde que se me diagnosticó la enfermedad (cáncer), que he recibido como parte de los infinitos tesoros de amor de nuestro Padre Dios. En las circunstancias actuales de mi vida, que veo como una caricia de Dios, quiero agradecer a todos los sacerdotes, seminaristas, religiosas, religiosos y  fieles laicos de la Diócesis de Sololá-Chimaltenango, lo que han hecho por mi y lo mucho que me han enseñado durante los años que hemos caminado juntos. Al mismo tiempo, les pido perdón por si alguna vez, puedo asegurarles que sin mala voluntad, los haya ofendido o no hayan encontrado en mí al Obispo que, como Padre y Pastor, debe velar continuamente por su grey.




miércoles, 10 de julio de 2013

A LEER EL NUEVO DIRECTORIO SACERDOTAL


Para ser el mismo Cristo,
Dios eterno me llamo,
Y tan claro yo lo he visto,
Que se a cabo mi temor.


Nuevo Directorio para el Ministerio y Vida de los Presbítero


 El 14 de enero de 2013, la Congregación para el Clero publicó una nueva edición del Directorio para el Ministerio y Vida de los Presbíteros, que recoge muchas de las ideas desarrolladas durante el Año Sacerdotal y una rica doctrina sobre el ministerio de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El texto ofrece indicaciones sobre la identidad del sacerdote, su vida espiritual y su formación permanente.

Es importante para cada sacerdote, tener en cuenta este Directorio, así poder servir mejor a la Iglesia y vivir mejor la vida sacerdotal.







Portada del nuevo directorio sacerdotal

miércoles, 3 de julio de 2013

¡FELICIDADES!


Glorifiquemos a Cristo, 
que tiene el sacerdocio 
que no pasa.
  
   El domingo pasado, 30 de junio, celebramos con alegría un aniversario más de la ordenación presbiteral de nueve sacerdotes de nuestra diócesis. Los favorecidos son:
P. Alfredo Chavajay
P. Francisco Chocoj
P. Migue Ángel Xicay
P. Wilson Xicará
P. Adolfo Marroquín
P. Víctor Ramírez
P. Juan Antonio Marroquín
P. Julio Antonio Dionisio
P. Fermín Ajtzaln

    Fue hace trece años, en el año del Jubileo, cuando la Iglesia  se lleno de gozo con la ordenación de estos  nuevos pastores, hombres de Dios, que decidieron dar su vida por el Evangelio.  Demos gracias a Dios por el don conferido a estos nuestros hermanos y no nos cansemos de pedirle más trabajadores para su mies.

   Así mismo, estando tres de estos sacerdotes ejerciendo su ministerio en el Seminario Mayor, los seminaristas celebraron, entre cantos, dinámicas y risas, la alegría de haber cumplido un año mas de vida sacerdotal al servicio del Reino de Dios.


P. Francisco, P. Alfredo y P. Miguel Angel


"¡Sacerdote para siempre quiero ser!"


miércoles, 26 de junio de 2013

CONVIVENCIA SACERDOTAL EN LA FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE


Glorifiquemos a Cristo,
Que tiene el sacerdocio
Que no pasa.

El pasado jueves 23 de Mayo, en la instalación de nuestro Seminario Mayor “Nuestra Señora del Camino” se llevó a cabo la celebración de la Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote y la Convivencia Sacerdotal con  todos los sacerdotes de nuestra Diócesis de Sololá-Chimaltenango y sacerdotes de  Escuintla y Quetzaltenango.

Durante la convivencia sacerdotal hubo diferentes actividades: Adoración al Santísimo, Rezo de Hora Tercia, Bendición de la Cancha de Futbolito de nuestro Seminario Mayor, Refacción, Triangular de fútbol y basquetbol, Almuerzo y Tertulia.

Algunas fotografías:

Bienvenidos a todos los Sacerdotes.

Lugar donde almorzaron los sacerdotes

Un grupo de sacerdotes en tertulia




Los sacerdotes en pleno calentamiento antes del partido.


El equipo de fútbol de sacerdotes, campeones de la triangular.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

CRISIS DEL SACERDOTE


La actual crisis de la Iglesia afecta al sacerdote. Que la Iglesia esté en crisis, lo ha dicho Benedicto XVI. Que esta crisis afecte al sacerdote, sería lo más normal. El sacerdote está en crisis, podría llegar a estarlo y puede incluso ser conveniente que lo esté. Hay casos y casos. La crisis tiene que ver con la ruptura entre fe y cultura detectada por Pablo VI, con la crisis institucional que afecta a las instituciones de esta época y con la desconfianza que despierta el sacerdote (por los escándalos de abuso espirituales, psicológicos y sexuales).

Todo esto, sin embargo, es ocasión de un crecimiento espiritual significativo para los mismos sacerdotes. Tengo las siguientes razones para pensarlo:
1) La investidura sobrenatural del sacerdote ha podido cubrirlo de un orgullo sacro que no corresponde a la humildad evangélica. En la medida que ya no cuente con este tipo de orgullo, podrá trasparentar mejor el Evangelio.
2) La investidura sobrenatural del sacerdote encandila a muchas personas, privándolas de la autonomía que caracteriza especialmente a los adultos. En tanto el sacerdote no enceguezca a nadie con su prestancia podrá cumplir mejor su misión de hacer crecer a las personas en conciencia y libertad.
3) El nuevo planteamiento crítico/adulto de los católicos ante la Iglesia recordará al sacerdote que su sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común de los fieles.
4) La exposición a la mirada cauta de las personas sobre él le obligará a reconocer límites entre ambos. Esto facilitará establecer entre ellos relaciones formales que encaucen debidamente la expresión ideas y la manifestación de afectos. El amor entre el sacerdote y las personas podrá ser más intenso y honesto, libre de confusiones y dependencias malsanas.
5) Las sospechas y aprensiones que despiertan en la gente su condición sacerdotal le harán participar de la suerte de tantas personas a las que se las desprecia siendo inocentes. El tiene culpas personales, por cierto; pero la manera como se da hoy el sacerdocio y los graves abusos cometidos por otros sacerdotes no son responsabilidad suya. Por tanto, él debe tomar el maltrato como una injusticia, con lo cual se verá forzado a conectarse con la injusticia del mundo. Sin este contacto nadie está capacitado para ser sacerdote.
6) El sacerdote, al verse obligado a poner entre paréntesis su “rol oficial”, podrá asomarse a su propia humanidad y conectarse con la vida del común de las personas, siempre vulnerable y frágil, siempre necesitada de cura y de perdón. Así podrá aprender mejor de la vida y podrá predicar también más desde la vida que desde sus conocimientos estudiantiles.
7) La crisis obligará al sacerdote a recordar, reconocer o descubrir que su vocación al sacerdocio es cosa de Dios antes que suya propia. Tendrá que entender por fin que su vocación sacerdotal no es natural ni merecida.
8) El sacerdote, no pudiendo aferrarse a su sacralidad o a su prestigio social estará más obligado a depender de Dios. A Dios, por otra parte, le será más fácil hacerle comprender qué es realmente la vida, especialmente la de quienes son humillados en su dignidad y difamados; y podrá, en definitiva, ejercer con pertinencia su labor de conductor, de liturgo y de educador.
9) El sacerdote tendrá que ser culto. Habrá de estar al día en teología y atender de cerca los signos de los tiempos, lo cual se consigue estudiando y leyendo. El sacerdote ignorante desorienta. Puede ser incluso un peligro. Los laicos son hoy más cultos y más críticos que antes. No aceptarán de él cualquier respuesta o prédica. Ellos le preguntarán por lo que significa hoy el Evangelio para sus vidas. El, por su parte, tendrá que explicar cómo ha de entenderse la doctrina de la Iglesia de modo que traduzca el Evangelio en Buena noticia, en vez de ser ella una enseñanza rara o un factor de culpa.
10) En la medida que el sacerdote crezca en conciencia de que es Dios quien sostiene su vocación sacerdotal, tendrá que darse cuenta de que no es omnipotente y, por tanto, que no debe tratar de serlo ni de parecerlo. Liberado de ambos males, con su debilidad y su ignorancia estará en mejores condiciones de ser sacramento de la pasión de Cristo; como verdadero ser humano compartirá la impotencia de los crucificados de la vida, los entenderá con toda el alma y los representará valientemente delante del Creador.
11) En la medida que el sacerdote pueda comprobar exactamente en qué estriba su vocación y en qué no; si vuelve a responder al llamado primero del Señor y termina con la rutina en que ha se ha convertido su vida; si pierde las falsas seguridades en que se había asentado su vida, triunfará sobre el miedo y ganará libertad para jugarse por entero por los pobres (cualquiera sea la pobreza que les afecte). Adquirirá libertad como para cumplir una función profética incluso ante las autoridades de su Iglesia.
12) Todo lo anterior debiera convertir al sacerdote un ser humano auténtico, lo cual no significa otra cosa que vivir el bautismo a un grado radical. La gente no está para fingimientos de santidad. Esto significa que ha de ser un hombre como lo fue Jesús, digno como cualquier hijo de Dios y hermano de cualquier persona que nace en este mundo. El sacerdote que actualice su bautismo en la muerte y resurrección de Cristo, no tendrá que pedir reconocimientos de autoridad ante nadie. Al ver su autenticidad, los demás reconocerán espontáneamente su autoridad.
13) Un sacerdote auténtico podrá amar a rienda suelta. Su autoridad, en definitiva, no le vendrá más que de amar. Podrá establecer relaciones de amistad con mujeres sin “cartas tapadas”. Ellas le harán más humano, más hombre. Podrá, en general, establecer relaciones cariñosas simétricas y asimétricas según las distintas edades, las que le llenaran el corazón de ese amor del que nadie puede prescindir sin renunciar a Dios mismo.
Jorge Costadoat, S.J.

viernes, 2 de diciembre de 2011

TEOLOGÍA MÍSTICA SOBRE LA CASTIDAD

A. Tanquerey, S.J.
De la castidad[1]
1100. 1o Noción. La castidad tiene por fin reprimir toda clase de desorden en los goces voluptuosos. Estos goces no tienen más que un fin, que es perpetuar el linaje humano transmitiendo la vida por medio del uso legítimo del matrimonio. Fuera de eso, toda clase de voluptuosidad está prohibida.
Dícese con razón ser la castidad una virtud angélica, porque nos asemeja a los ángeles, que son puros por su naturaleza. Es una virtud austera, porque no se consigue llegar a practicarla sino disciplinando y domando el cuerpo con sus sentidos por medio de la mortificación. Es una virtud delicada, a la que ofenden las más ligeras faltas voluntarias; y, por lo mismo, difícil, porque no se la puede guardar sino luchando con valor y constancia contra la más tiránica de las pasiones.

1101. 2o Grados
1) Tiene sus grados: el primero consiste en evitar cuidadosamente el consentir todo pensamiento, imaginación, sensación u obra contraria a la dicha virtud.
2) El segundo tiende a rechazar inmediata y enérgicamente todo pensamiento, imagen o impresión que pudiera afear el brillo suyo.
3) El tercero, que no se consigue generalmente sino tras largos trabajos en la práctica del amor de Dios, consiste en dominar de tal suerte los sentidos y el pensamiento, que, cuando hubiéremos de tratar, por obligación, de cuestiones referentes a la castidad, lo hagamos con tal sosiego y tranquilidad como si se tratara de cualquier otra materia.
4) Por último, no sino por un privilegio especial se puede llegar a no tener movimiento alguno desordenado, como se cuenta de Santo Tomás, después de su victoria en una ocasión muy crítica.

1102. 3o Especies. Hay dos especies de castidad: la conyugal, a la que están obligados los casados legítimamente, y la continencia, que corresponde a los que no lo están. Después que digamos brevemente la primera, insistiremos sobre la segunda, especialmente en lo que atañe a los que están sujetos al celibato religioso o eclesiástico.

I. De la castidad conyugal
1103. 1o Principio. Los esposos cristianos han de tener siempre presente que, según la doctrina de S. Pablo, el matrimonio cristiano es símbolo de la unión que existe entre Cristo y su Iglesia: «Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla»[2]... Han de amarse, pues, respetarse y santificarse mutuamente (n.591). El primer efecto de ese amor es la unión indisoluble de corazones, y, por consiguiente, la inviolable fidelidad del uno al otro.

1104. 2o Fidelidad mutua.
a) Traeremos aquí las frases de S. Francisco de Sales, que compendian su pensamiento sobre esta materia[3].
«Conservad, pues, esposos, un tierno, constante y cordial amor a vuestras esposas... Si queréis que os sean fieles vuestras esposas, enseñadles la lección con vuestro ejemplo. ¿Con qué cara queréis, decía S. Gregorio Nacianceno[4], pedir honestidad a vuestras mujeres, viviendo en deshonestidad vosotros?» «Mas vosotras, mujeres, cuya honra está inseparablemente unida con la pureza y honestidad, conservad celosamente vuestra gloria, y no permitáis que disolución alguna, sea la que fuere, amancille la blancura de vuestra reputación. Temed cualquiera invasión, por pequeña que sea; nunca permitáis que os anden alrededor los galanteos; tened por sospechoso a cualquiera que entre alabando vuestra belleza y vuestra gracia...; pero, si a estas alabanzas añade algunos desprecios de vuestro marido, ése os ofende mucho, pues claro está que, no solamente quiere perderos, sino que os juzga ya medio perdida, y que ya está medio hecho el trato con el segundo comprador cuando se está disgustado con el primero».

b) No hay cosa que más asegure la mutua fidelidad, que el ejercicio de la verdadera devoción, en especial el rezo en común.
«Por esto las mujeres han de desear que sus maridos estén confiados con el azúcar de la devoción, porque el hombre sin devoción es un animal severo, áspero y duro; y los maridos también han de desear que sus mujeres sean devotas, porque la mujer sin devoción es sumamente frágil, y está expuesta a descaecer o mancillar su virtud».

c) «Por lo demás, han de tener tanta condescendencia uno con otro, que jamás se enfaden los dos a un mismo tiempo, para que nunca haya disensión ni disputa». Si uno de los dos se encolerizase, permanezca el otro tranquilo para que se firme la paz lo más pronto posible.

II.  De la continencia o del celibato
1107. La continencia absoluta es un deber para todos aquellos que no están casados legítimamente. Han de guardarla todos antes del matrimonio, así como también, después de él, los que se hallaren en el santo estado de la viudez[8]. Pero hay además almas escogidas que sintieron vocación de guardar continencia durante toda la vida, ya dentro del estado religioso, ya en el sacerdocio, ya también en medio del mundo. A todos éstos conviene demos reglas especiales para que puedan guardar perfecta pureza.
La castidad es una virtud frágil y delicada que no puede conservarse si no se hallare protegida por otras virtudes; es una fortaleza que ha menester de fuertes avanzadas que la defiendan. Éstas son cuatro: 1o la humildad, que hace desconfiar de sí mismo y huir de las ocasiones peligrosas; 2o la mortificación, que, castigando el amor al deleite, ataca al mal en su raíz; 3o la aplicación al cumplimiento de las propias obligaciones, que previene los peligros de la ociosidad; 4o el amor de Dios, que, llenando el corazón, le desocupa de peligrosas aficiones. En el centro de este cuadro de defensa, el alma puede, no solamente rechazar los ataques del enemigo, sino perfeccionarse en la pureza.

1o LA HUMILDAD, GUARDIANA DE LA CASTIDAD
1108. Esta virtud produce tres disposiciones principales en el alma, que la defienden de muchos peligros: la desconfianza de sí misma y la confianza en Dios; la huida de las ocasiones peligrosas, y la sinceridad en la confesión.

A) La desconfianza de sí mismo, junta con la confianza en Dios. Es cierto que muchas almas caen en la impureza por soberbia y presunción. S. Pablo lo hace notar a propósito de los filósofos paganos, que, vanagloriándose de su sabiduría, se dejaron llevar de toda clase de vicios torpes: «Propterea tradidit illos Deus in pasiones ignominiae...»[9].
Explícalo Olier de la siguiente manera: «Dios, que no puede sufrir la soberbia del alma, humíllala hasta lo más hondo; y, para que el alma entienda cuán flaca es y que no puede nada por sí para resistir al mal y mantenerse en el bien..., permite que sea atormentada con horribles tentaciones, y aun, a veces, que caiga hasta lo más hondo, porque son las más vergonzosas de todas y causan después en el alma mayor confusión». Cuando, por el contrario, estamos convencidos de que no podemos ser castos por nosotros mismos, decimos de continuo al Señor la humilde oración de S. Felipe Neri: «Dios mío, nos os fiéis de Felipe; porque os hará traición».
1109. a) Esa desconfianza ha de ser universal: 1) es necesaria para los que antes cometieron faltas graves; porque volverá la crisis, y, sin la gracia, estarán expuestos a sucumbir de nuevo; no lo es menos para los que conservaron la inocencia; porque sobrevendrá la crisis un día u otro, y será tanto más temible cuanto que no se tiene experiencia de la lucha. 2) Ha de perseverar hasta el fin de la vida: No era muy joven Salomón cuando se dejó arrastrar por el amor a las mujeres; viejos fueron los que tentaron a la casta Susana; el demonio que ataca en la edad madura, es mucho más temible, porque creemos tenerle vencido; y muestra la experiencia que, mientras quede en nosotros un poco del calor vital, el fuego de la concupiscencia, debajo de las cenizas, enciéndese a veces con nuevo ardor. 3) Aun las almas más santas han menester de ella; porque desea el demonio hacerlas caer más que a las almas corrientes, y les tiende lazos más astutos. Así lo advierte S. Jerónimo[10], y concluye diciendo que nadie debe confiar en haber pasado largos años en castidad, ni tampoco en la santidad, ni en la ciencia[11].
1110. b) Esta vigilancia ha de ir junta con una absoluta confianza en Dios. Porque no permitirá Dios que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; ni nos pedirá cosa alguna imposible; porque, o nos dará inmediatamente la gracia de vencerlas, o la de oración para alcanzar gracia más eficaz[12].
«Hemos, pues dice Olier [13], de recogernos interiormente con Jesucristo para hallar en él la gracia de resistir a la tentación... Quiere que seamos tentados para que, conociendo así nuestra flaqueza y la necesidad que tenemos de su auxilio, nos recojamos en él para tomar las fuerzas que nos faltan.» Cuando apretare mucho la tentación, convendrá ponerse de rodillas, y levantar las manos al cielo para invocar el auxilio divino: «Digo, añade Olier, que se han de levantar las manos al cielo, no sólo porque esa postura es a propósito para orar al Señor, sino también como expresa penitencia, para no llegar las manos al cuerpo durante todo ese tiempo, y estar dispuesto a sufrir todos los martirios interiores y todos los zarpazos de la carne y aun del demonio, antes que llegarlas».
Después de haber tomado todas esas precauciones, podemos estar seguros del auxilio de Dios: «Fidelis est Deus qui non patietur vos tentari supra id quod potestis, sed faciet etiam cum tentatione proventum». No se ha de temer mucho la tentación antes de que venga, porque sería llamarla; ni tampoco cuando está encima, porque, apoyados en Dios, seremos invencibles.

1111. B) La huida de las ocasiones peligrosas. a) La mutua simpatía que existe entre los dos sexos es causa de peligrosas ocasiones para los que profesan el celibato; se han de suprimir los encuentros inútiles, y prepararse para rechazar el peligro, cuando estos encuentros son inevitables[14]. Por esa razón no ha de hacerse la dirección espiritual de las mujeres sino en el confesionario, como dijimos, n. 546. Dos cosas hemos de poner siempre a salvo: nuestra virtud y nuestra reputación; la una y la otra exigen recato extremado. b) Los niños de agradable aspecto y de carácter risueño y afectuoso, pueden convertirse en ocasión peligrosa; porque gusta contemplarlos y acariciarlos, y, si no se está alerta, podemos propasarnos a familiaridades que turben los sentidos. Es ésta una advertencia que no ha de pasarse por alto, un aviso que Dios nos envía para darnos a entender que ya es tiempo de detenernos, si no es que fuimos ya demasiado lejos. Tengamos siempre presente que esos niños tienen cada cual su ángel de la guarda, que contempla a Dios cara a cara; que son templos vivos de la Santísima Trinidad y miembros de Cristo. Entonces será más fácil tratarlos con santo respeto, aun mostrándoles mucho cariño.
1112. c) En general la humildad nos mueve a huir del deseo de gozar, que es el camino, ¡ay! para muchas caídas. Dicho deseo, que nace a la vez de la vanidad y de la necesidad de cariño, se manifiesta en un cuidado exagerado de la persona, en los menudos pormenores del adorno personal, en posturas lánguidas y afectadas, en un habla dulce, en miradas afectuosas, en la costumbre de alabar a las gentes por sus dotes exteriores[15]. Estas maneras son muy mal vistas, especialmente en los clérigos jóvenes, en los sacerdotes y en los religiosos. Pronto corre peligro su fama, y ojalá que puedan detenerse en la pendiente antes de que corra peligro su virtud.

1113. C) La humildad, por último, nos da, en el trato con nuestro director, una franqueza de corazón que es muy necesaria para evitar los lazos del enemigo.
En la regla trece para el discernimiento de espíritus, nos dice con razón S. Ignacio que, «cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean rescebidas y tenidas en secreto. Mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa, porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos»[16]. Especialmente se aplica a la castidad ese sabio consejo cuando manifestamos con sencillez y humildad esas tentaciones a nuestro director, quedamos avisados a tiempo de los peligros a que nos exponemos, aplicamos los medios que nos indica, y, tentación descubierta es tentación vencida. Pero, si confiados en nuestras propias luces, no decimos nada de lo que nos pasa, con pretexto de que no es pecado, fácilmente caeremos en los lazos del seductor.

2o LA MORTIFICACIÓN, GUARDIANIA DE LA CASTIDAD
Ya expusimos la necesidad y las prácticas principales de la mortificación, nn. 755-790. Recordaremos aquí lo que directamente se refiere a nuestro sujeto. Como el veneno de la impureza se entra por todos los resquicios, se han de mortificar los sentidos exteriores, los interiores y los afectos del corazón.
1114. A) El cuerpo, como dijimos, n. 771 ss., ha menester de ser disciplinado y castigado para que esté sumiso al alma: «Castigo corpus meum et in servitutem redigo, ne forte cum aliis praedicaverim ipse reprobus effician».
De este principio se deduce la necesidad de la sobriedad, y, a veces, del ayuno o de algunas prácticas exteriores de penitencia; como también la necesidad, en ciertas ocasiones, sobre todo en la primavera, de un régimen emoliente para aplacar el bullir de la sangre y los ardores de la concupiscencia. No se ha de descuidar cosa alguna para asegurar el dominio del alma sobre el cuerpo. Nunca se ha de dormir demasiado; en general no debemos quedarnos en el lecho de mañana, cuando nos despertamos y no podemos volver a dormirnos.
Cada uno de los sentidos del cuerpo ha menester de ser mortificado.
1115. a) El santo Job había hecho pacto con sus ojos para no mirar jamás a quienes pudieran ser para él materia de tentación: «Pepigi foedus cum oculis meis ut ne cogitarem quidem de virgine»[17]. El Eclesiástico recomienda mucho que no se mire a las muchachas mozas, y que se aparte la vista de la mujer compuesta; «porque muchos se perdieron por la hermosura de la mujer, y con ella se enciende como un fuego la concupiscencia»[18]. Todos esos consejos son muy psicológicos: porque la vista excita la imaginación, enciende el deseo, éste inclina a la voluntad, y, si la voluntad consiente, entra el pecado en el alma.
1116. b) La lengua y el oído se mortifican con el recato en las conversaciones. Este recato no existe muchas veces ni aun entre la gente cristiana: la costumbre de leer novelas, y de ir al teatro, es causa de que se hable con harta licencia de muchas cosas que se debieran callar; también gusta mucho la gente de estar al corriente de algunos escandalillos mundanos; muchas veces agrada el platicar acerca de cosas más o menos escabrosas. Cierta malsana curiosidad nos mueve a deleitarnos con esas historias y murmuraciones; toma pasto de ello la imaginación, represéntase por menudo las escenas descritas, conmuévense los sentidos, y suele acabar la voluntad deleitándose pecaminosamente en ello. Por esa razón clama S. Pablo contra las malas compañías, como contra un manantial de depravación: «corrumpunt mores bonos colloquia prava»[19]. Y añade: «Ni tampoco palabras torpes, ni truhanerías, ni bufonadas»[20]. Enseña la experiencia que muchas almas puras fueron pervertidas por la curiosidad malsana que excitaron conversaciones imprudentes.
1117. c) El tacto es el sentido especialmente peligroso, n. 879.
Bien lo había entendido el abate Perreyve, cuando escribía[21]: «Más que nunca, Señor, os consagro mis manos; os las consagro hasta hacer escrúpulo de la menor cosa. Estas manos, que recibirán dentro de tres días la consagración sacerdotal. Dentro de cuatro habrán tocado, sostenido y alzado vuestro cuerpo y vuestra sangre. Quiero respetarlas, venerarlas como instrumentos sagrados para vuestro servicio y altar»... Quien se acuerde de que por la mañana tuvo en sus manos al Dios de toda santidad, siéntese más inclinado a guardarse de todo cuanto pudiere mancillar su pureza. Mucho recato, pues, consigo mismo; mucho recato con los demás; guardemos con todos las leyes de la cortesía, pero jamás nos propasemos a manifestarles con ellas un apasionado sentimiento que pudiera descubrir una afición desordenada. A un sacerdote, que preguntaba si estaría bien que tomara el pulso a una moribunda, le respondió S. Vicente: «Es menester guardarse de hacerlo así, porque el maligno espíritu puede valerse de ese pretexto para tentar al moribundo o moribunda. En ese trance el demonio echa mano de todos los tiros para atrapar a un alma... No oséis tocar jamás a moza ni a vieja, con ningún pretexto»[22].

1118. B) No menor daño que los exteriores pueden causarnos los sentidos interiores, y, aunque andemos con los ojos bajos, no dejan de perseguirnos recuerdos importunos y asediadoras imágenes. Doliase de ello S. Jerónimo en medio de la soledad, cuando, a pesar del ardor del sol y de la pobreza de su celda, se sentía transportado por la imaginación en medio de las delicias de Roma[23]. Por eso recomienda con ahínco que se rechacen inmediatamente las imaginaciones de esa clase: «Nolo sinas cogitationes crescere... Dum parvus est hostil, interfice; nequitia, ne zizania crescant, elidatur in semine»[24]. Es necesario ahogar al enemigo antes de que se haga mayor, y arrancar la cizaña antes de que crezca; si así no se hiciere, pronto el alma será invadida y asediada por la tentación, y el templo del Espíritu Santo se convertirá en nido de demonios; «ne post Trinitatis hospitium, ibi daemones saltent et sirenae nidificent»[25].
1119. Para evitar esas imaginaciones peligrosas, es muy conveniente no leer novelas ni comedias donde se describan al vivo y con demasiada realidad las pasiones humanas, especialmente la del amor. Tales descripciones no pueden menos de poner turbación en la imaginación y en los sentidos; tornan con persistencia en los ratos de sosiego soñador, visten la tentación con formas más vivas y seductoras, y, a veces, arrancan el consentimiento. Como advierte San Jerónimo, piérdese la virginidad, no solamente por actos exteriores, sino también por actos interiores: «Perit ergo et mente virginitas»[26].
Además los santos nos exhortan a mortificar las imaginaciones y ensueños inútiles. Muestra realmente la experiencia que, tras estos sueños vanos, vienen representaciones sensuales y dañinas, y, por ende, si queremos evitar estas últimas, no debemos pararnos voluntariamente en aquellas. De esta manera, poco a poco, acabaremos por someter la imaginación al servicio de la voluntad.
Esto es especialmente necesario para el sacerdote, que, por razón de su misma profesión, ha de oír confidencias en materias delicadas. Cierto que tiene la gracia de estado para no complacerse en ellas, pero con la condición de que, una vez fuera del confesionario, no vuelva a pensar voluntariamente en lo que oyó; porque, de lo contrario, correrá fuerte peligro su virtud, y Dios no tiene obligación de acudir en auxilio de los imprudentes que se lanzan al peligro; «qui amat periculum in illo peribiti»[27].

1120. C) También hemos de mortificar igualmente el corazón. Es éste una de nuestras más nobles potencias, pero también de las más expuestas al peligro. Por los votos, o por el sacerdocio, consagramos nuestro corazón a Dios, y renunciamos a los goces del hogar. Mas no por eso queda el corazón cerrado al afecto, y, aunque recibimos gracias especiales para mortificarle, éstas son gracias de combate que exigen de nuestra parte mucha vigilancia y esfuerzo.
Además de los peligros comunes, hállalos especialmente cl sacerdote en el ejercicio de su ministerio. Aficiónase inconscientemente el corazón a aquellos a quienes se hace el bien; y éstos se sienten movidos por su parte a mostrarnos su agradecimiento. De aquí nacen aficiones mutuas, sobrenaturales en sus comienzos, pero que, si no estamos alerta, se convierten fácilmente en naturales, sensibles, absorbentes. Porque es muy cómodo padecer ilusión: «Muchas veces, dice S. Francisco de Sales, creemos que amamos a una persona por Dios, y la amamos por nosotros; decimos amarla por Dios, pero en realidad, por el consuelo que hallamos en nuestro trato con ella». Un texto célebre, atribuido a S. Agustín, nos dice los grados sucesivos por los que pasa el amor de espiritual a carnal: «Amor spiritualis generat affectuosum, affectuosus obsequiosum, obsequiosus familiarem, familiaris carnalem».
1121. Para evitar tamaña desdicha, es menester examinarse de vez en cuando para ver si advertimos en nosotros alguna de las señales características del amor sensible. El P. Valuy las resume así[28]: «Cuando el aspecto exterior de una persona comienza a cautivar nuestras miradas, y su trato simpático altera y hace palpitar al corazón. Saludos tiernos, palabras tiernas, miradas tiernas, algunos regalillos repetidos... No sé qué clase de sonrisas mutuas que dicen más que las palabras; cierto correrse poco a poco a la familiaridad; complacencias, atenciones rebuscadas, ofrecerse para todo lo que fuere menester, etc. Procurarse pláticas secretas donde no molesten ojos ni oídos extraños; alargarlas sin tasa, repetirlas sin motivo. Hablar poco de cosas de Dios, y mucho de sí y de la mutua amistad. Alabarse, adularse, excusarse recíprocamente. Quejarse amargamente de las correcciones de los superiores, de los estorbos que les ponen para verse, de las sospechas que parecen venirles... Cuando la persona amiga está ausente, sentir inquietud y tristeza. Padecer distracciones en la oración con el recuerdo de ella; encomendarla algunas veces a Dios con fervor extraordinario; tener grabada su imagen en el alma; pensar en ella de día, de noche y aun en sueños. Preguntar con mucho interés dónde se halla, qué hace, cuándo vendrá, si tiene amistad con otra persona. Sentir a su vuelta transportes de gozo desacostumbrados. Padecer una especie de martirio cuando han de separarse de nuevo. Acudir a mil medios para buscar ocasión de verse».
No nos confiemos mucho en la piedad de las gentes con quienes tratamos; porque, cuanto más santas, más nos atraen, «quo sanctiores sunt, eo magis alliciunt». Además, que las tales gentes piensan no haber peligro alguno en el afecto que sienten por un sacerdote y déjanse llevar de él sin miedo; menester es que el sacerdote sepa tenerlas a respetuosa distancia.
Tanquerey, Ad. Compendio de teología Ascética y Mística. Madrid; ed. Palabra 1990, 1era edición. Segunda parte, Libro II, Capítulo II, Artículo IV, sección I  (“De la castidad”, pp. 582-593).

Notas
[1] Casiano, Col. XII; S.J. CLÍMACO, Escala, grado XV; S. Thomas, IIa. IIae, q. 151-156; Rodríguez, P. III, tr. IV.  De la castidad; S. Fr. De Sales, Vida devota, P. III, cap. XII-XIII; J.J. Olier, Introduction, cap. XII; S. Ligorio, Selva, P. II, Instl. III, Castidad del Sacerdote; Mons. Gay, Vida y virtudes, tr. X; Valuy, Vertus religieuses, Catidad; P. Desurmont, Charité sacerdotale, § 77-79; Mons. Lelong, Le Saint Pretre, 12.a Conf.
[2] Ephes., V, 25.
[3] Vida devota, P.III, cap. XXXVIII.
[4] Orat., XXXVII, 7.
[5] Tob., VIII, 9.
[6] S. Fr. de Sales, Vida devota, P. III, cap. XXXIX.
[7] 1Cor., VII, 5.
[8] Véanse los excelentes consejos de S. Fr. de Sales a las viúdas. Vida devota, P. III, cap. XL.
[9] Rom., I, 26.
[10] Epist. XXII ad Eustochium, P.L., XXII, 396.
[11] Ep. LII, ad Nepotianum, P.L., XXII, 531-532: «Nec in praetebita castitate confidas: nec David sanctior, nec Salomone potes esse sapientior. Memento semper quod paralisi colonum de possessione sua mulier ejecerit.».
[12] «Nam Deus impossibililia non jubet, sed jubendo nonet et facere quod poddis, et petere quod non possi, et adiuvat ut possi» (Trident., sess. VI, cap. XI, Denz., 804).
[13] Introduction, cap. XII.
[14] Eso es lo que ya recomendaba S. Jerónimo a su amigo Nepociano:  «Hospitiolum  tuum aut raro aut nunquam mulierum pedes terant... Si propter officium clericatus, aut  vidua a te visitatur, aut virgo, nunquam solus introesas. Tales habeto socios quorum contubernio non infameris... Solus con sola, secreto et absque arbitro, vel teste non sedeas... Caveto omnes suspiciones, et quidquid probabiliter fingi potest, ne fingatur, ante devita » (Epist.,LII, P.L.,XXII, 531-532).
[15] Describe muy bien S. Jerónimo este peligro: «Omnis his cura de vestibus, si bene oleant, si pes, laxa pelle, non folleat. Crines calamistro vestigio rotantur; digiti de annulis radiant; et ne plantas humidior via aspergat, vix imprimunt summa vestigia. Tales cum videris, sponsos  magis aestimato quam clericos» (Epist.,XXII, P.L,.XXII, 414).
[16] Ejercicios espirituales.
[17] Job.,XXXI, 1. 
[18] Eccli.,IX, 5, 8, 9: «Virginem ne conspicias, ne forte scandalizeris in decore illius... Averte faciem tuam a muliere compta, et ne circumspicias speciem alienam. Propter speciem mulieris multi perierunt, et ex hoc concupiscencia quasi ignis exardescit.»
[19] I Cor.,XV, 23.
[20] Ephes., V, 4.
[21] Méditationes sur les SS. Ordres, p. 105, éd. 1874.
[22] Meynard, Vertus de S. Vincent de Paul, cap. XIX, p. 306.
[23] «O quoties ego ipse in eremo constitutus, et in illa vasta solitudine quae, exusta solis ardoribus, horridum monachis praestat habitaculum, putabam me Romanis interesse deliciis! »
[24] Epist., XXII, n. 7, P.L., XXII, 398.
[25] S. Hieronym., Epist. XXII, n. 6, P. L. XXII, 398.
[26] Epist. cit., n. 5.
[27] Eccli., III, 27.
[28] Vertus religieuses, pp. 73-74.